No podemos entender el Evangelio a menos que conozcamos la naturaleza gloriosa de nuestro asombroso Dios. “Alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis” (Efesios 1:18).
El Evangelio no comienza al reconocer que eres un pecador o al darte cuenta de que Dios tiene un plan maravilloso para tu vida. Comienza al comprender la gracia de nuestro glorioso Padre.
Estar en la presencia del Señor ilumina nuestro entendimiento y, sin embargo, nuestros corazones están quebrantados delante de nuestro Dios poderoso y asombroso. Pablo está diciendo aquí: “Quiero que sus ojos estén abiertos a la realidad del carácter de este magnífico Dios al que servimos. Él no es pequeño, mezquino, ni insignificante. Él es el único, verdadero Dios, y quiere que tengamos los ojos abiertos a la revelación de su naturaleza”.
Moisés tuvo hambre y sed de saber quién era Dios, cómo eran su naturaleza y su carácter, y clamó: “Te ruego que me muestres tu gloria” (Éxodo 33:18). Pero Moisés no pudo ver el rostro de Dios porque él era demasiado glorioso. Más bien, Dios se acercó a él en una simple revelación: “Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado” (34:6-7).
Pídele a Dios que Dios abra tus ojos para que puedas saber “cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder” (Efesios 1:18-19).
Considera la inmensurable grandeza de Dios. Nunca pienses que tus problemas son más grandes que la capacidad de Dios para resolverlos. Tampoco pienses que tu lucha con la carne es más grande que su poder para vencer. Y al reconocer su grandeza, dale gracias y magnifica el nombre del Señor por todo lo que ha hecho por ti a causa de su gracia maravillosa.
GARY WILKERSON– (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)