La doctrina de la predestinación presenta el propósito de
Dios como absoluto e incondicional, independiente de toda la creación y
originándose sólo en el eterno consejo de su voluntad. Presenta a Dios como
el Rey exaltado y poderoso que ha determinado el curso de la naturaleza y que
dirige el curso de la historia hasta en sus más mínimos detalles. El decreto divino
es eterno, inmutable, santo, sabio, y soberano. Abarca no sólo el curso del
mundo físico sino también todo evento de la historia humana desde la creación
hasta el juicio, e incluye toda actividad de los santos y ángeles en el cielo y
de los réprobos y demonios en el infierno. Abarca la extensión completa de la
existencia de todas las criaturas a través del tiempo y la eternidad, e incluye
a la vez todo lo que fue o será en sus causas, condiciones, sucesiones, y
relaciones. Todo lo que existe fuera de Dios mismo es parte de este comprensivo
decreto, ya que la existencia de todos los seres ha dependido y depende del
poder creador y sustentador de Dios. Dicho decreto provee, además, la dirección
providencial bajo la cual todas las cosas se apresuran hacia el fin determinado
por Dios; siendo la meta, "Un evento divino lejano, hacia el cual toda la
creación se
mueve".
Dado que la creación
finita en toda su extensión existe como un medio a través del cual Dios
manifiesta su gloria, y ya que depende de El en lo absoluto, jamás pudiera
originar en sí misma condición alguna que limitara o frustrara la manifestación
de dicha gloria. Desde la eternidad Dios se propuso hacer precisamente lo que
está haciendo. El es el Gobernador soberano del universo y "el que hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes
de la tierra y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?"
(Daniel 4:35). El universo, por ser creación de Dios y por depender de Dios
continuamente, está sujeto a su control en todas sus partes y en todo tiempo, y
nada puede acontecer contrario a lo que Dios expresamente decreta o permite.
Por consiguiente, el propósito eterno no es sino un acto de predestinación o
preordinación soberana, no condicionado por ningún hecho o cambio en el tiempo;
el propósito eterno es además la base de la presciencia divina de todos los
eventos futuros, no condicionado por dicha presciencia o por cualquier cosa
originada por los eventos mismos. (UNA
EXPOSICIÓN DE LA DOCTRINA
- CAPÍTULO 2)