SED LLENOS DEL ESPÍRITU SANTO – JOHN STOTT
La vida cristiana es
vida en el Espíritu. Todos los cristianos estamos de acuerdo en esto,
felizmente. Sería imposible ser cristiano, y mucho menos vivir y crecer como
cristianos, sin el ministerio del benigno Espíritu de Dios. A él le debemos
todo lo que somos y tenemos como cristianos.
Todo creyente cristiano
experimenta el Espíritu Santo desde los primeros momentos de su vida cristiana.
Porque la vida cristiana comienza con un
nuevo nacimiento, y este nuevo nacimiento es un nacimiento "del
Espíritu" (Jn. 3: 3-8). El es
"Espíritu de vida", y quien imparte vida a nuestros espíritus
muertos. Más aún, él viene personalmente a morar en nosotros, y esta residencia
interior del Espíritu es la posesión común de todos los hijos de Dios. ¿Es más
correcto decir que Dios nos hace sus hijos y luego nos da su Espíritu, o que
nos da su "Espíritu de adopción", quien nos convierte en hijos? La
respuesta es que Pablo lo expresa de ambas maneras. Por un lado, "por
cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo"
(Gá. 4:6).
Por el otro, "todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son
hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar
otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción (Ro. 8:14-15).
El resultado es el
mismo, lo miremos por donde lo miremos. Todos los que tienen el Espíritu de
Dios son hijos de Dios, y todos los que son hijos de Dios tienen el Espíritu de
Dios. Es imposible, hasta inconcebible, tener el Espíritu sin ser hijo o ser
hijo sin tener el Espíritu... Una de las primeras y continuas tareas del Espíritu
que mora en nosotros es aseguramos de nuestra condición de hijos, en especial
cuando oramos. Cuando "clamamos: ¡Abba, Padre!" es "el Espírritu
mismo" quien "da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de
Dios" (Ro.
8:15-16; comp. Gá. 4:6). También ha derramado en nuestros
corazones el amor de Dios (Ro. 5:5). Pablo lo resume todo afirmando que
"si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él" (Ro. 8:9; comp. Judas 19).
Es de considerable
importancia todo este pasaje de Romanos 8 porque demuestra que a los ojos de
Pablo estar "en Cristo" y "en el Espíritu", el tener
"el Espíritu... en vosotros" y "Cristo... en vosotros" es
todo una misma cosa, son expresiones sinónimas. Nadie puede tener a Cristo,
pues, sin tener el Espíritu. En la plática del Aposento Alto, Jesús mismo lo
aclaró al no diferenciar, entre la venida a nosotros de las tres personas de la
Trinidad. Dijo: "vendré", "vendremos" (Padre e Hijo) y
"el Ayudador (Consolador, Intercesor)... vendrá" (Jn. 14:18-23; 16:7-8 BLA).
Una vez que ha venido a nosotros, estableciendo su
residencia en nosotros y haciendo de nuestro cuerpo su templo (1 Co. 6:19-20), comienza su tarea de santificación. Dicho en forma
concisa, su ministerio es tanto el de revelarnos a Cristo como el de formar a Cristo
en nosotros, a fin de que crezcamos constantemente en nuestro conocimiento de
Cristo y en nuestra semejanza a él (Ver Ef. 1:17; Gá. 4:19;
2 Co. 3:18). Los malos deseos de nuestra naturaleza caída son
refrenados y se produce el buen fruto del Espíritu por el poder del Espíritu
que reside en nosotros (Gá. 5:16-25).
Por otra parte, no es
propiedad individual que ministra solamente al cristiano en particular. También
nos une al cuerpo de Cristo, la iglesia, de tal manera que la comunión
cristiana es "comunión del Espíritu", y la adoración cristiana es
adoración por o "en el Espíritu de Dios" (Fil. 2:1; 3:3 BLA). El es también
quien, a través de nosotros, procura alcanzar a otros, incitándonos a
testificar por Cristo y equipándonos con dones para el servicio al cual nos
llama. Se nos dice de él, además, que es la "garantía de nuestra
herencia" (Ef.
1:13,14 BLA), porque su presencia en nosotros es a la vez prenda y
goce anticipado del cielo. Y en aquel día postrero será él quien
"vivificará nuestros cuerpos mortales" (Ro. 8:11).
Debería bastar este
repaso rápido de sus actividades principales en las vivencias del cristiano
para demostrar que dependemos de la obra del Espíritu Santo desde el comienzo
hasta el fin de nuestra vida cristiana; dependemos de aquel Espíritu, escribe
Pablo, que nos fue dado (Ro. 5:5). Creo y espero que todos los cristianos
estemos de acuerdo en esto. (CAP. I - LA PROMESA DEL ESPÍRITU)