"Para que vean mi gloria" (Jn. l7:24). El sumo sacerdote bajo el Antiguo Testamento, habiendo hecho los sacrificios requeridos en el día de la propiciación, entró al lugar santísimo con sus manos llenas de incienso de un dulce olor, el cual puso en el fuego delante del Señor. Así, el gran sumo sacerdote de la Iglesia , nuestro Señor Jesucristo, habiéndose ofrecido por nuestros pecados, entró en el cielo con el dulce aroma de sus oraciones a favor de su pueblo. Su deseo eterno por la salvación de su pueblo es manifiesto en el versículo citado al principio: "Padre... quiero... que vean mi gloria" (Jn.l7:24). José pidió a sus hermanos que contaran a su padre acerca de su gloria en Egipto: "Haréis, pues, saber a mi padre toda mi gloria en Egipto..." (Gen.45:13). Esto lo hizo José, no para vanagloriarse, sino para dar a su padre el gozo de saber acerca de su elevada posición en Egipto. Así Cristo deseaba que los discípulos vieran su gloria, para que estuvieran satisfechos y disfrutaran de la plenitud de esta bendición para siempre.
Habiendo conocido su amor, el corazón del creyente siempre estará inquieto hasta que vea la gloria de Cristo. El punto culminante de todas las peticiones que Cristo hace a favor de sus discípulos (en este capítulo 17) es que vean su gloria. Entonces yo afirmo que uno de los beneficios más grandes para el creyente, en este mundo y en el venidero, es la consideración de la gloria de Cristo. (CAPÍTULO 1)