Como cristianos
sabemos que Jesús es la única esperanza para el mundo.
Pablo habla de
esta esperanza cuando escribe: “Acordaos de que… en aquel tiempo estabais sin
Cristo, alejados… ajenos a los pactos de la promesa, SIN ESPERANZA y sin Dios
en el mundo. Pero
ahora… vosotros… habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. PORQUE ÉL
ES NUESTRA PAZ” (Efesios 2:11-14, mis mayúsc.).
Hoy, la
generación perdida es como la multitud en Jerusalén sobre la que Jesús lloró. La
gente de los días de Cristo no obtuvo lo que él había querido darles. No
alcanzaron la verdadera libertad. Se perdieron de la paz que proviene de la
seguridad de tener todos los pecados perdonados. Se perdieron el toque sanador
de Jesús. Perdieron un refugio en la tormenta. Se perdieron de la presencia del
Espíritu Santo, de esa presencia que permanece, consuela y guía.
Fue sobre estas
masas perdidas que Jesús lloró y clamó: “¡Si tan sólo! Si hubieras sabido lo
que yo quería para tu vida. Si sólo hubieras tomado lo que te ofrecí. Quería protegerte, quería extender mis alas
de consuelo sobre ti. Si tan sólo hubieras oído. Si tan sólo hubieras
conocido mi amor y misericordia hacia ti” (Lucas 19:41-42, mi paráfrasis).
Cristo estaba
diciendo: “Si tan sólo hubieras conocido la provisión hecha por mi Padre
celestial para ti, habríais conocido la paz que sobrepasa todo entendimiento”.
La Biblia ofrece este mismo clamor: “¡Si tan sólo!” de tapa a tapa. Hoy
nosotros, los que creemos, tenemos este refugio, a donde acudir en medio de
nuestras luchas más profundas. Seguros de que el mismo poder que pasó por
aquellos que lo rechazaron, se nos ha dado de gracia a los que hemos recibido
la oferta de Jesús por fe.
DAVID WILKERSON - (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)