“Entonces recordaron sus discípulos que está
escrito: ‘El celo de tu casa me consumirá.’” Juan 2:17 (Lea: Juan 2:12-25)
¿Se imagina
usted lo que los discípulos sintieron mientras estaba sucediendo esto? ¡Qué
avergonzados debieron de sentirse por las acciones de Jesús! No hacía mucho que
estaban con Él, y no le conocían muy bien. Se habían sentido atraídos por las
cosas tan asombrosas que Él decía y las cosas que hacía. Habían creído de todo
corazón que Él era el Mesías esperado. No habían desentrañado todos los
rompecabezas teológicos que Él debió de suscitar en las mentes de ellos, pero
se habían propuesto seguirle. A pesar de lo cual, lo primero que Él hizo fue
avergonzarles con Su actividad impertinente.
Imagínese usted
entrar en el templo donde esta costumbre se había venido practicando durante
décadas enteras, y, sin apelar a la autoridad, se atrevió a echar a los
cambistas de dinero, desparra-mando el dinero de ellos, echando los animales e
incluso echando a las personas con un látigo! Los discípulos se sintieron muy
avergonzados, pero es muy posible que al mismo tiempo se sintiesen atemorizados
por lo que las autoridades pudiesen hacer por este flagrante desafío a ellos.
Sabían que aquellos fariseos pagados de sí mismos no permitirían que Jesús se
saliese con la Suya en este caso. Es posible que hasta los discípulos se
sintiesen un tanto enfurecidos con el Señor por Su comportamiento antisocial,
por no cooperar con lo establecido. Pero sabiendo quién era Él, segura-mente no
se atreverían a juzgarle.
Pero al verle
hacer esto, de repente les pasó por la mente un versículo del Salmo 69. El
salmo describe el sufrimiento y la agonía de Aquel que había de ser el Mesías.
Se les pasó por la mente este versículo: “Me consumió el celo de tu casa”
(Salmo 69:9a). “Me ha hecho sentirme enfurecido, se ha apoderado de mí y me ha
obligado a actuar.” Es posible que por primera vez los discípulos sintiesen en
sus corazones la negativa divina a soportar las impurezas interiores de aquella
multitud y comenzasen a entender que Dios no está dispuesto a tolerar el mal.
Esto destaca
una de las grandes paradojas de nuestra fe cristiana. En todo el evangelio de
Juan veremos claramente cómo cualquier persona puede venir a Cristo, sean
cuales sean sus antecedentes, sin importar todo el mal que pueda haber hecho,
por muy malvado que haya sido: asesinos, prostitutas, estafadores, mentirosos,
pervertidos, borrachos, pedantes pagados de su propia rectitud, amargados,
personas de corazón duro, cínicos, hipócritas religiosos, los presuntuosos
creídos en su propia suficiencia. Cualquiera que se dé cuenta de que hay algo
que está mal en su vida, cualquiera que desee ser libre puede acudir a Jesús.
“Venid a mi todos los que estéis trabajados y cargados, y yo os haré
descansar”, dijo Jesús (Mateo 11:28).
Pero ahora los
discípulos entienden, posiblemente por primera vez, que si la persona acude, puede estar segura de que Jesús no la va a dejar
para que siga siendo como era hasta entonces. No va a aceptar y soportar el
desorden, el compromiso, la extorsión y los jolgorios, sea lo que fuere lo que
pueda estar corrompiendo y contaminando los patios del templo. Puede que Él le
deje a usted en paz durante un tiempo, y son muchos los cristianos jóvenes los
que han malentendido esto. Debido a que Él nos atrae a Sí mismo con amor y nos
trata con paciencia, creemos que Él va a permitir que sigamos actuando según
ciertos hábitos que nos resultan cómodos pero que están mal y que hemos seguido
en nuestra vida. Pero no es así. Si nosotros confundimos esa demora y creemos
que es aceptación, nos vamos a llevar un chasco. Si nosotros nos negamos a
resolver aquello sobre lo cual Él pone Su dedo, un día le veremos venir con la
mirada encendida y con un látigo en la mano y descubriremos que todo el tráfico
en la inmoralidad será eliminado, tanto si nos gusta como si no.
ORACIÓN. Señor, limpia mi corazón de todo lo que
lo contamina, para que pueda ser una casa de oración que te complazca a Ti.
APLICACIÓN PARA LA VIDA. ¡Qué asombroso
que en Cristo nos convertimos en morada para el Espíritu Santo de Dios! ¿Somos
nosotros totalmente complícitos con la rigurosa limpieza de Su santo templo?
RAY STEADMAN - (DEV. "EL PODER DE SU
PRESENCIA")