“Pues han sido comprados por precio. Por tanto, glorifiquen
a Dios en su cuerpo.” 1ª Corintios 6:20 (Leer: Romanos 8:31-39)
El año pasado,
se subscribió el contrato más caro de toda la historia del mundo deportivo, el
monto que se pagó por la transacción ascendió a más de 200 millones de dólares
y fue por un deportista. Cuando le preguntaron a este jugador, cómo se sentía
por el monto tan elevado que su patrono estaba pagando, contestó sin
avergonzarse, que él valía todo eso.
Probablemente
la mayoría de nosotros no está de acuerdo con el monto de este contrato, y
siempre es difícil entender la razón por la cual hay que pagarle todo ese
dinero a una sola persona, tan sólo por jugar con una pelota durante 3 años;
una parte del tiempo durante los entrenamientos y la otra en partidos
disputados por el equipo.
Sin embargo, si
lo pensamos por un momento, ese jugador realmente vale muchísimo más que esa
cantidad de dinero, no por sus habilidades sino por el valor que Dios le da a cada persona, ya que cada uno fue hecho a
su imagen y semejanza. Tal es el valor que Dios nos da, que estuvo
dispuesto a morir por nosotros, de una de las formas más cruentas que podamos
pensar, colgado en una cruz. Por ello, valemos muchísimo más que una enorme
cantidad de dinero. Recapitulando:
* Dios nos creó a su imagen (Gén. 1:27).
* Dios nos ama tanto que envió a su Hijo
Jesús a la tierra a morir por nosotros (Rom. 5:8).
A menudo
cometemos el error de valorarnos por la cantidad de dinero que ganamos, los
títulos que tenemos, los logros o por las buenas obras que hacemos por
otros. En lugar de calcular nuestro
valor por esas cosas, debemos entender que más bien radica en la importancia
que Dios nos da.
1. Nuestro valor no reside en lo que
poseemos, sino, en a Quién le pertenecemos.
2. El precio de una vida es incalculable,
tanto que Dios quiso pagar el precio más alto, dar su vida.
MD/HG -
(DEVOCIONAL DIARIO “MI DEVOCIONAL”)