Moisés estaba
solo en el Monte Horeb, pastoreando a las ovejas de su suegro cuando un extraño
evento captó su atención: un arbusto estaba en fuego. Cuando se adelantó para
ver más de cerca, Dios lo llamó para que se alejara de la zarza.
“Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y
veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema. Viendo Jehová que
él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza” (Éxodo 3:3-4).
Dios estaba
presente en la zarza y por eso estaba ardiendo, pero no se consumía. Era una
representación visual de la santidad de Dios.
El Señor le
dijo a Moisés: “No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar
en que tú estás, tierra santa es” (Éxodo 3:5). La mayoría de nosotros pasa por
alto este versículo sin comprender su tremenda profundidad de significado. Y
tiene todo que ver con la forma de ser santo.
Verás, Moisés
estaba a punto de ser llamado al propósito eterno de Dios para su vida: Liberar
a Israel de la esclavitud. Pero primero Dios tuvo que mostrarle a Moisés el
terreno sobre el cual él, el Señor, nos recibe. Tiene que ser tierra santa. En
resumen, Moisés estaba siendo llamado a
una comunión cara a cara con un Dios santo, y él tenía que estar debidamente
preparado para ello.
Moisés tuvo
miedo cuando Dios le habló: “Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de
mirar a Dios” (Éxodo 3:6). ¿Por qué tenía miedo? ¡Porque recibió una revelación
del asombroso terreno sagrado en el cual somos recibidos por Dios!
El Nuevo
Testamento contiene un versículo correspondiente: “A fin de que nadie se jacte
en su presencia” (1ª Corintios 1:29).
Este versículo
de Pablo no es sólo una verdad del Nuevo Testamento. También era verdad en los
días de Moisés. Moisés tuvo que saber por sí mismo que la obra de Dios no se
logra a través de la capacidad humana, sino por la confianza y la dependencia
totales en el Señor. La santidad no es algo que podamos alcanzar o resolver.
Más bien, es algo que creemos por fe y confiamos en la obra de Jesús.
DAVID WILKERSON
- (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)