“Uno de los soldados le abrió el costado
con una lanza, y al instante salió sangre y agua.” Juan 19:34
“La sangre de Jesucristo... nos limpia
de todo pecado.” 1ª Juan 1:7
(Leer 1 Samuel 27:1-28:14 – Mateo 21:23-46
– Salmo 18:43-50 – Proverbios 6:27-35)
Poco antes de
ser arrestado y crucificado, el Señor Jesús instituyó la Cena, el banquete en
memoria de él: el pan y la copa. Explicó a sus discípulos el significado de la
copa: “Esto es mi sangre... que por muchos es derramada para remisión de los
pecados” (Mateo 26:28), es decir, para que los pecados sean perdonados y
quitados. Para que los suyos no lo olviden, Jesús les dejó una señal concreta y
visible que les recordara su muerte.
Antiguamente
los israelitas sacrificaban muchos animales para su servicio religioso. Pero la
epístola a los Hebreos nos explica que “en estos sacrificios cada año se hace
memoria de los pecados; porque la sangre de los toros y de los machos cabríos
no puede quitar los pecados” (Hebreos 10:3-4). Esas ofrendas anunciaban el sacrificio de Jesucristo y su sangre
derramada en la cruz, la base de nuestra salvación. Sin el derramamiento de
esa sangre no podía haber perdón para el hombre pecador (Hebreos 9:22).
Los apóstoles
Pedro y Pablo insistieron en que la salvación depende de la sangre de
Jesucristo, de su muerte. “Fuisteis rescatados... no con cosas corruptibles,
como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo” (1ª Pedro 1:18-19).
Sí, en Cristo “tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Efesios
1:7). “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores,
Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su
sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:8-9).
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