“Te doy gracias, porque has hecho maravillas. Maravillosas son tus obras, y mi alma lo sabe
muy bien.” Salmos 139:14 (Leer: Salmos 139:1-24)
Vivimos en un
mundo que trata de revertir el proceso natural de envejecimiento. Los
tratamientos, las cremas que “mágicamente” borran años, las inyecciones para
quitar líneas faciales no deseadas, llegando hasta las soluciones extremas que
hacen uso de las cirugías plásticas que intentan ganarle la batalla al tiempo y
a la gravedad. Todo esto en un vano intento de cambiar lo inevitable, por temor
a la creencia de que un rostro y piel envejecidos no son aceptables.
Más no todos
piensan de la misma forma. En una entrevista le preguntaron a alguien famosa
que ya sobrepasaba los 50 años: ¿Qué es lo que más le gusta de su cara? Ella pensó por un momento y finalmente
contestó con convicción: “¡Me encanta mi cara!, cuando me veo al espejo esas
líneas en mi rostro, me recuerdan los muchos años que Dios me ha permitido
vivir, con cosas buenas y otras no tanto. A través de los años he experimentado
bendiciones por las que ahora estoy más consciente que cuando tenía 20 años,
esta es la cara que Dios me dio y la acepto gozosamente”.
En el Salmo 139
que leímos hoy, el rey David decía que estaba consciente que su cuerpo había
sido creado por Dios y por lo tanto era digno de ser aceptado, es por ello que
oró de la siguiente forma: “Te doy gracias, porque has hecho maravillas. Maravillosas
son tus obras, y mi alma lo sabe muy bien.” (v. 14); además estaba seguro de
que había sido diseñado de una forma perfecta por Dios: “Tus ojos vieron mi
embrión y en tu libro estaba escrito todo aquello que a su tiempo fue formado,
sin faltar nada de ello.” (v. 16).
No estamos
diciendo que es malo cuidar nuestro cuerpo, ya que desde el Génesis Dios nos
llama a ser buenos administradores de lo que Él nos ha provisto, incluido por
supuesto nuestro cuerpo; nos creó a su imagen y semejanza (Gén. 1:26-31), y si
Él tiene cuidado de nosotros (Mateo 10:30-32) ¡cómo no tendremos el cuidado de
mantenernos saludables!
El problema
está en querer luchar una batalla contra nuestra apariencia juvenil que
naturalmente va desapareciendo y vamos a perder; en lugar de ello debemos
concentrarnos en cultivar cualidades internas que duren para siempre (Col. 3:1-4).
Por supuesto un atributo clave es tener una vida de fe en Dios quien nos
asegura que: “Hasta su vejez yo seré el mismo, y hasta las canas yo los
sostendré…” (Isaías 46:4).
1. En la medida que aceptemos el paso de
los años, Dios suavizará las arrugas de nuestra alma.
2. Al permitir que Dios llene tu corazón,
tu rostro reflejará la maravillosa luz de Su amor (Mateo 5:13-14).
MD/HG -
(DEVOCIONAL DIARIO “MI DEVOCIONAL”)