(Leer Génesis 37; Marcos 7; Job 3; Romanos 7)
Desde Job 3
hasta la primera parte del último capítulo del libro, con una excepción al
principio del capítulo
32, el texto está escrito en poesía hebrea. Es un drama de
proporciones gigantescas, como una obra de Shakespeare. Un discurso sigue a
otro; el debate mantenido entre Job y sus tres “amigos” hace progresar el
relato. Finalmente, se introduce otro personaje y Dios acaba respondiendo.
El discurso
inicial corresponde a Job. La carga de su exposición es inequívoca: desea no
haber nacido nunca. No puede maldecir a Dios, pero sí el día que lo trajo al
mundo (3:1, 3, 8). Le gustaría eliminar todo lo relacionado con ese día. Ya que
no pudo nacer muerto (3:11, 16), ¿por qué no pudo morir de hambre (3:12)?
Por supuesto,
implícitamente estas palabras critican a Dios de forma indirecta: “¿Por qué
arrincona Dios al hombre que desconoce su destino?” (3:23). Job está
experimentando lo que ha temido a lo largo de sus años de abundancia (3:25). No
tiene paz, tranquilidad ni sosiego, sino sólo agitación (3:26).
Este primer
discurso da pie a cuatro reflexiones:
(1) En el mismo, encontramos la retórica
de un hombre con profunda angustia. Así pues, muchas de las cosas de las que
nos quejamos son triviales. Incluso las causas más serias de nuestras quejas
son habitualmente solo una pequeña parte de lo que Job vivió.
(2) Por tanto, antes de condenar a Job
debemos escuchar atentamente, incluso con temor. Cuando nos encontremos con
alguien que tenga buenas razones para estar terriblemente desesperado, debemos
ser tolerantes. Habría sido maravilloso que uno de los “amigos” hubiese pasado
su brazo por el hombro de Job, llorando con él y diciéndole: “Te queremos Job.
No pretendemos comprender. Te queremos y haremos todo lo que podamos por ti”.
(3) Job es muy honesto. No se viste
externamente de piedad fingida para que nadie piense que está bajando la
guardia. Sufre tanto dolor que desea estar muerto, y lo dice.
(4) Tanto aquí como en todo el libro, Job
está preparado para debatir con Dios, pero no para rechazarlo. No es el
agnóstico moderno o el ateo que trata el problema del mal como si este
proveyese una evidencia intelectual de que Dios no existe. Job sabe que Dios
existe y cree que es poderoso y bueno. Esta es la razón por la que (como
veremos) está tan confundido. La angustia de Job es la de un creyente, no la de
un escéptico.
DONALD CARSON A. - (DEVOCIONAL "POR AMOR A
DIOS II")