VIVAMOS CON MODERACIÓN
1. No hay un camino más directo (“a la
gratitud”), que quitar nuestros ojos de la vida presente y meditar en la
inmortalidad del cielo. De esto se derivan dos grandes principios: El primero
es, “… que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los que lloran,
como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que
compran, como si no poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no
disfrutasen…” El segundo es que debemos aprender a sobrellevar la pobreza
quieta y pacientemente, y disfrutar de la abundancia con moderación.
2. Aquel que nos ordena que usemos este
mundo como si no lo usásemos, no solamente nos prohíbe toda falta de moderación
en comer y beber, en los placeres indecorosos y excesivos, en la ambición, el
orgullo y la fastuosidad en nuestro hogar, sino en cada cuidado y afecto que
haga disminuir nuestro nivel espiritual o que amenace con destruir nuestra
devoción. En los tiempos antiguos, Cato observó que había una gran preocupación
por la apariencia exterior del cuerpo, pero un gran descuido en la observancia
de las virtudes. También hay un antiguo proverbio que nos recuerda que aquellos
que ponen mucha atención al cuerpo generalmente descuidan el alma.
3. De modo que, aunque la libertad de los
creyentes en cuanto al uso de las cosas externas no puede ser restringida por
reglas rígidas y extremistas, sin embargo, y para que seamos lo menos
indulgentes posible, ésta libertad ha de estar sujeta a la ley de Dios. Por el
contrario, debemos, de forma continua y con toda resolución, ejercitarnos para
quitar de en medio todo aquello que es superfluo, y evitar todo despliegue vano
de lujo y ostentación. Cuidemos de convertir en piedra de tropiezo cualquier cosa
que le Señor nos dé para enriquecer nuestra vida. (Ver 1ª Cor. 7:29-31)
JUAN CALVINO - (DEV. "EL LIBRO DE ORO DE LA VERD.")