sábado, 3 de febrero de 2018

Por amor a Dios II 3 febrero





(Leer Génesis 34; Marcos 5; Job 1; Romanos 5)


La Biblia se ocupa de la realidad del mal de muchas formas diferentes. En algunas ocasiones, se hace justicia, y lo vemos, en esta vida. Especialmente en el Nuevo Testamento, la recompensa final para el mal está vinculada con el juicio venidero. Algunas veces, el sufrimiento tiene como fin hacernos humildes, desafiando a nuestra continua soberbia. Guerras, pestilencia y hambre son muchas veces armas terribles del juicio de Dios. Estos temas y otros muchos se desarrollan en la Biblia.

El libro de Job es único a la hora de hacernos reflexionar sobre la cuestión del sufrimiento inocente, lo cual se deja claro en Job 1, que configura, de alguna forma, el resto del libro. Job era “un hombre recto e intachable, que temía a Dios y vivía apartado del mal” (1:1). Aunque Job recibió muchas bendiciones en forma de riquezas y una gran familia, no daba nada por sentado. Incluso se dedicó a lo que podría llamarse intercesión preventiva en favor de sus hijos, ya crecidos: oraba y ofrecía sacrificios en su lugar, temeroso de que quizás, en alguna reunión inocente, alguno de ellos hubiese pecado y blasfemado (1:5).

Job no sabe, a diferencia del lector, que se está desarrollando otra trama en la sala del trono de Dios. Se dice poco de esos “ángeles” que se presentan delante del Todopoderoso; se dice poco acerca de Satanás, aunque es obvio que es malvado y hace honor a su nombre, “Acusador”. El diálogo entre Satanás y Dios logra tres cosas. En primer lugar, establece las bases del drama que se desarrolla en el resto del libro. En segundo lugar, da a entender implícitamente que incluso el propio Satanás tiene limitaciones en su poder y no puede actuar sin la aprobación de Dios. En tercer lugar, revela que el propósito del diablo es demostrar que la lealtad humana a Dios no es más que por egoísmo interesado, mientras que el Señor afirma que un hombre como Job es fiel independientemente de las bendiciones que reciba o no.

Job, por supuesto, no sabe nada de estos acuerdos. No podía hacerlo, porque el relato que sigue estaría viciado de lo contrario. Pierde rápidamente su riqueza y sus hijos, debido a causas “naturales”. Él sabe que estas no escapan de la influencia de Dios. Cuando le comunican las últimas malas noticias, Job rasga sus vestiduras y se afeita la cabeza (símbolos de humillación), y adora, diciendo unas palabras que se vuelven famosas: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo he de partir. El Señor ha dado; el Señor ha quitado. ¡Bendito sea el nombre del Señor!” (1:21).

El narrador comenta: “A pesar de todo esto, Job no pecó ni le echó la culpa a Dios” (1:22), lo que por supuesto significa, en el contexto de este capítulo, que la valoración de Dios era correcta y la de Satán errónea.



DONALD CARSON A. - (DEVOCIONAL "POR AMOR A DIOS II")









TRADUCCIÓN