(Leer Génesis 34; Marcos 5; Job 1; Romanos 5)
La Biblia se
ocupa de la realidad del mal de muchas formas diferentes. En algunas ocasiones,
se hace justicia, y lo vemos, en esta vida. Especialmente en el Nuevo
Testamento, la recompensa final para el mal está vinculada con el juicio
venidero. Algunas veces, el sufrimiento tiene como fin hacernos humildes,
desafiando a nuestra continua soberbia. Guerras, pestilencia y hambre son
muchas veces armas terribles del juicio de Dios. Estos temas y otros muchos se
desarrollan en la Biblia.
El libro de Job
es único a la hora de hacernos reflexionar sobre la cuestión del sufrimiento
inocente, lo cual se deja claro en Job 1, que configura, de alguna forma, el
resto del libro. Job era “un hombre recto e intachable, que temía a Dios y
vivía apartado del mal” (1:1). Aunque Job recibió muchas bendiciones en forma
de riquezas y una gran familia, no daba nada por sentado. Incluso se dedicó a lo que podría llamarse intercesión preventiva en
favor de sus hijos, ya crecidos: oraba y ofrecía sacrificios en su lugar,
temeroso de que quizás, en alguna reunión inocente, alguno de ellos hubiese
pecado y blasfemado (1:5).
Job no sabe, a
diferencia del lector, que se está desarrollando otra trama en la sala del
trono de Dios. Se dice poco de esos “ángeles” que se presentan delante del
Todopoderoso; se dice poco acerca de Satanás, aunque es obvio que es malvado y
hace honor a su nombre, “Acusador”. El diálogo entre Satanás y Dios logra tres
cosas. En primer lugar, establece las bases del drama que se desarrolla en el
resto del libro. En segundo lugar, da a entender implícitamente que incluso el
propio Satanás tiene limitaciones en su poder y no puede actuar sin la
aprobación de Dios. En tercer lugar, revela que el propósito del diablo es
demostrar que la lealtad humana a Dios no es más que por egoísmo interesado,
mientras que el Señor afirma que un hombre como Job es fiel independientemente
de las bendiciones que reciba o no.
Job, por
supuesto, no sabe nada de estos acuerdos. No
podía hacerlo, porque el relato que sigue estaría viciado de lo contrario.
Pierde rápidamente su riqueza y sus hijos, debido a causas “naturales”. Él sabe
que estas no escapan de la influencia de Dios. Cuando le comunican las últimas
malas noticias, Job rasga sus vestiduras y se afeita la cabeza (símbolos de humillación),
y adora, diciendo unas palabras que se vuelven famosas: “Desnudo salí del
vientre de mi madre, y desnudo he de partir. El Señor ha dado; el Señor ha
quitado. ¡Bendito sea el nombre del Señor!” (1:21).
El narrador
comenta: “A pesar de todo esto, Job no pecó ni le echó la culpa a Dios” (1:22),
lo que por supuesto significa, en el contexto de este capítulo, que la
valoración de Dios era correcta y la de Satán errónea.
DONALD CARSON A. - (DEVOCIONAL "POR AMOR A
DIOS II")