LAS COSAS TERRENALES SON REGALOS DE DIOS
1. El primer principio a considerar es
que si los dones de Dios son dirigidos al mismo propósito para el cual fueron
creados y destinados, no pueden manejarse equivocadamente. El no ha hecho las
bendiciones terrenales para nuestro perjuicio, sino para nuestro beneficio.
Nadie, por consiguiente, puede observar regla más correcta e indicada que la
fiel observancia de este propósito.
2. Si estudiamos, por ejemplo, el motivo
por el cual Dios ha creado distintas clases de alimentos, encontramos que Su
intención era no sólo proveer para nuestras necesidades, sino igualmente para
nuestro placer y deleite. Al darnos los materiales necesarios para vestirnos,
no sólo tuvo en mente nuestras necesidades, sino también el decoro y la
decencia. En las diversas hierbas, árboles y frutos, que son útiles de varias
maneras, el Señor quiso agradarnos haciéndolos con líneas armoniosas y aromas
agradables. Si esto no fuera verdad, el salmista no habría enumerado entre las
bendiciones divinas… “el vino que alegra el corazón del hombre, el aceite que
hace brillar el rostro, y el pan que sustenta la vida del hombre”. Las Escrituras
declaran que Él nos ha dado todas estas cosas con el propósito de que podamos
alabar Su bondad para con nosotros.
3. Aun las propiedades naturales de todo
lo creado señalan para qué propósito y hasta qué grado nos es lícito usarlas.
¿Habría creado el Señor algo tan atractivo a nuestros sentidos como la belleza
de las flores, y puesto en nuestro ser el sentido del olfato, para que no
pudiésemos disfrutarlas? ¿No ha hecho el Señor los colores de manera que uno es
más maravilloso que otro? ¿No le ha conferido al oro y la plata, al marfil y al
mármol una belleza que les hace más preciosos que los otros metales o piedras?
En una palabra. ¿No ha hecho Él los elementos de Su creación dignos de nuestra
atención, para que tengamos aún mucho más que aquello que cubra nuestras
necesidades? (Ver Sal. 104:15)
JUAN CALVINO - (DEV. "EL LIBRO DE ORO DE LA VERD.")