LA VERDADERA GRATITUD NOS LIMITARÁ
COMETER ABUSOS
1. Amenos que sea absolutamente
necesario, descartemos, por lo tanto, la filosofía inhumana que no nos permite
hacer uso de la creación. Una noción tan maligna nos priva del legítimo
disfrute de la bondad de Dios. Realmente, es imposible aceptar un pensamiento
así, pues nos veríamos privados de todos nuestros sentidos y seríamos reducidos
a una mole de granito insensible. Por otra parte, debemos con igual celo luchar
contra los deseos de la carne, pues si no los restringimos con firmeza,
acabarán transgrediendo todos los límites. Como ya hemos observado, la licencia
tiene sus defensores; hay gente que, bajo el pretexto de la libertad, no se
priva de nada.
2. Primeramente, si deseamos refrenar
nuestras pasiones, debemos recordar que todas las cosas nos han sido dadas con
el propósito de que, podamos conocer y reconocer a su Autor. Nuestro deber es
alabar su bondad para con nosotros en todo aquello que Él ha creado, y ser
agradecidos. Pero, ¿qué será de nuestra acción de gracias si somos indulgentes
en el uso de algunas cosas, de forma tal que nos convertimos en personas
holgazanas para llevar a cabo nuestros deberes de devoción, o aquellos que
corresponden a nuestro trabajo? ¿Dónde está nuestro reconocimiento de Dios si
los excesos de nuestros cuerpos nos llevan a las más viles pasiones e infectan
nuestras mentes con la impureza, de modo, que no podamos ya distinguir entre lo
correcto y lo incorrecto? ¿Dónde esta nuestra gratitud hacia Dios por el vestir
si nos admiramos a nosotros mismos y despreciamos a otros por poseer vestidos
más suntuosos que ellos? ¿Dónde está nuestro decoro si usamos nuestros vestidos
elegantes y hermosos para deleitarnos en lascivia?
3. Muchas personas que se empeñan en ir
tras los placeres de esta vida, hacen que sus mentes se vuelvan esclavas de
ellos. Algunos se deleitan tanto con el mármol, el oro y las pinturas que se
vuelven estatuas. Parecen haber quedado paralizados entre los ricos metales, y
empiezan a aparecerse a ídolos de colores. El sabor de los alimentos y la
dulzura de las aromas hacen que algunas personas se vuelvan tan tontos que
pierden el gusto por las cosas espirituales. Esto vale también para el abuso de
todas las otras cosas naturales. Por lo tanto, está claro que el principio de
la gratitud debería frenar nuestros deseos de abusar de las bendiciones
divinas. Este principio confirma la regla de Pablo, que dice: “… y no hagáis
caso de la carne para satisfacer sus concupiscencias”. Si damos rienda suelta a
nuestros deseos naturales, éstos traspasaran todos los límites de la templanza
y la moderación.
JUAN CALVINO - (DEV. "EL LIBRO DE ORO DE LA
VERD.")