“En Jerusalén vivía un hombre justo y
piadoso, llamado Simeón, que esperaba la salvación de Israel. El Espíritu Santo
reposaba en él y le había revelado que no moriría antes de que viera al Ungido
del Señor. Simeón fue al templo, guiado por el Espíritu. Y cuando los padres del niño Jesús lo llevaron
al templo para cumplir con lo establecido por la ley, él tomó al niño en sus
brazos y bendijo a Dios.” Lucas 2:25-28
A pesar de su
larga vida, Simeón todavía tenía un deseo por cumplir: ver al Mesías anunciado,
así como Dios se lo había prometido. ¡Cuánto habrá atesorado esa promesa!
Cuando llegó el
día, el Espíritu Santo llevó a Simeón al templo donde una familia joven estaba
yendo para adorar y ofrecer sacrificio. No tenían nada de extraordinario. Sin
embargo, Simeón reconoció al niño: ¡Jesús, el Mesías, su Salvador! Y lo tomó en
brazos y bendijo a Dios.
Estaba
sosteniendo en sus brazos al Dios encarnado, el deseo de toda su vida, y eso ya
era suficiente. De su corazón brotaron las palabras que hoy conocemos como el
Canto de Simeón.
Hay momentos en
los que yo también quisiera poder sostener a Jesús en mis brazos. A veces es
difícil querer a un Dios invisible, cuya voz no escuchamos con los oídos y cuyo
rostro nunca hemos visto. Pero el
Espíritu Santo nos mantiene fieles y llenos de fe.
Quizás esa sea
una razón por la cual Dios se nos ofrece en cuerpo y sangre: para que podamos
tocarlo y degustarlo. Dios sabe que, como Simeón, necesitamos ver, tocar y
degustar al Cristo. Y es por ello que comparte con nosotros su salvación, tanto
en espíritu como en cuerpo. Todo nuestro ser ha sido redimido por la muerte y
resurrección de Cristo. Un día, las palabras de Job se harán realidad para cada
uno de nosotros:
"Yo sé que
mi Redentor vive,
y que al final
se levantará del polvo.
También sé que
he de contemplar a Dios,
aun cuando el
sepulcro destruya mi cuerpo.
Yo mismo seré
quien lo vea,
y lo veré con
mis propios ojos,
aun cuando por
dentro ya estoy desfalleciendo."
(Job 19:25-27)
ORACIÓN: Querido Señor, te pertenezco en cuerpo
y alma. Fortalece mi fe hasta la eternidad. Amén
CRISTO PARA TODAS LAS N. - (DEV. “ALIMENTO DIARIO”)