“Pero
Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun
estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por
gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo
sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús.” Efesios 2:4-6
¿Puede acaso un cadáver hacer algún tipo de contribución
en algún aspecto? ¡Claro que no! ¡Está muerto! De igual manera, la contribución
que nosotros hicimos en nuestra salvación fue absolutamente nada, pues
estábamos “muertos en nuestros pecados”, dice el pasaje de hoy. Todo fue producto
de la obra de Dios a través del sacrificio de su Hijo, movido por su inmenso
amor hacia su creación. A esto se refirió el apóstol Juan cuando escribió:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para
que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan
3:16). Es tan imposible describir el amor de Dios para con nosotros, que Juan
sólo pudo escribir “Porque de tal manera amó Dios al mundo...” ¿Cómo poder
expresar con palabras el amor de Aquel que entregó a su único Hijo para que
sufriera una muerte tan horrible en la cruz, con el fin de salvar de la
condenación eterna a un mundo que le había dado la espalda?
Esta es precisamente “la gracia” de Dios a la que se
refiere el pasaje de hoy. Gracia es la provisión sin límites de la bondad de
Dios, haciendo por nosotros lo que no merecemos, ni podemos ganarnos ni
podríamos pagar jamás. La gracia no puede ser ganada o comprada porque ella
reside en Dios. La gracia fue
manifestada en la persona de Jesucristo, al morir en la cruz por nosotros a
pesar de que éramos sus enemigos (Romanos 5:10). Y por esta gracia somos
salvos, no por todas las buenas obras que pudiéramos hacer en nuestras vidas.
Así dice Efesios 2:8-9: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y
esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se
gloríe.”
“Gracia” es un regalo. Es más, un regalo inmerecido. El
mismo versículo (Juan 3:16) mencionado antes, dice que Dios “ha dado a su Hijo
unigénito…” Este es el regalo de Dios. Y es inmerecido porque nosotros no
hicimos nada para merecerlo, todo lo contrario, nuestros pecados merecían
castigo y la muerte eterna. Así dice Romanos 6:23: “Porque la paga del pecado
es muerte…” Pero entonces se pone de manifiesto la gracia de Dios cuando dice:
“…mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.”
Cuando el apóstol Pablo se quejaba de un “aguijón” en su
carne, le pidió a Dios repetidamente que se lo quitara. (2ª Corintios capítulo
12). No se sabe a ciencia cierta qué era ese aguijón que él menciona, pero sin
duda era algo que le molestaba grandemente en su vida, y de lo cual quería
librarse. La respuesta del Señor hizo que Pablo entendiera profundamente el
significado de la gracia. Dios le dijo: “Bástate mi gracia; porque mi poder se
perfecciona en la debilidad.” Pablo no sólo se sintió fortalecido, sino que
pudo declarar: “Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis
debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.”
Cuando Jesús se encontró con la mujer samaritana junto al
pozo de Jacob, le dijo: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te
dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.” (Juan 4:10). La
palabra griega que en el original se traduce como “don” es “caris” que quiere
decir “gracia.” Es decir, un regalo inmerecido. En otras palabras: “Si
conocieras la gracia de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le
pedirías, y él te daría agua viva.” Ciertamente la manera en que aquella mujer
había vivido su vida no merecía el ofrecimiento de Jesús, pero esta agua viva
es gratuita, y está a la disposición de todo aquel que, reconociendo su sed
espiritual y su incapacidad para saciarla, viene a Jesucristo con un corazón
arrepentido y lo acepta como su Señor y Salvador.
Si tú ya lo has hecho, agradece a Dios cada día de tu
vida por su amor, su misericordia y su gracia infinita, y corresponde a tan
precioso regalo con tu obediencia y tu servicio al Señor. Si aún no has dado
este paso, ahora mismo abre tu corazón y eleva una oración pidiendo a
Jesucristo que entre en él y te llene de su gracia.
ORACIÓN: Padre santo, es imposible para mí entender tu gracia,
pero de todo corazón te agradezco tu amor y tu misericordia. Por favor, ayúdame
a corresponder a tanta bondad obedeciendo tu palabra y haciendo siempre tu
voluntad. En el nombre de Jesús, Amén.
ENRIQUE SANZ - (DEVOCIONAL "DIOS TE HABLA")