“No te des
prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure…” Eclesiastés 5:2 (Leer: Eclesiastés
5:1-7)
Un día, en una clase de filosofía, un alumno hizo unos
comentarios denigrantes sobre las opiniones del profesor. Para sorpresa de
todos, el profesor le agradeció y siguió con otro tema. Más tarde, cuando le
preguntaron por qué no le contestó, dijo: «Estoy practicando la disciplina de
no tener que tener la última palabra».
Ese profesor amaba y honraba a Dios, y quería poner en práctica
en su vida un espíritu humilde que reflejara ese amor. Sus palabras me
recordaron a otro maestro; uno que vivió hace mucho y que escribió el libro de
Eclesiastés. Aunque no se refería a cómo actuar ante una persona enojada,
explicaba que, cuando nos acercamos al Señor, debemos cuidar nuestros pasos y
acercarnos «más para oír» que para abrir la boca y dejar salir apresuradamente de nuestro corazón reacciones desagradables.
Al hacerlo, reconocemos que Dios es el Señor y que nosotros somos sus criaturas
(Eclesiastés 5:1-2).
¿Cómo te diriges a Dios? Si piensas que debes modificar
en algo tu actitud, ¿por qué no dedicas un tiempo a pensar en la majestad y la
grandeza del Señor? Cuando meditamos en su sabiduría, poder y presencia
infinitos, podemos quedar maravillados con su desbordante amor por nosotros.
Con esta actitud humilde, no tendremos necesidad de tener la última palabra.
Señor, enséñame a escuchar.
Las palabras elegidas cuidadosamente honran a Dios.
(La Biblia en
un año: Éxodo 16–18 — Mateo 18:1-20)
AMY BOUCHER PYE
- (DEVOCIONAL “NUESTRO PAN DIARIO")