Desde la misma
fundación de la tierra, Dios previó un cuerpo de creyentes junto a su Hijo.
Jesús testifica: “Yo era la delicia diaria de mi Padre, el gozo de su ser. Y ahora
todos los que se vuelven a mí en fe, son también su delicia” (ver estas
palabras proféticas de Cristo en Proverbios 8:30-31).
¿Cómo mostramos
nuestro amor por Jesús? Juan responde: “Este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y
sus manda-mientos no son gravosos” (1ª Juan 5:3).
¿Y cuáles son
sus mandamientos? Jesús dice, en esencia, que hay dos: “De estos dos
mandamientos depende toda la ley y los profetas" (Mateo 22:40).
El primer y más
importante mandamiento es amar al Señor con todo nuestro corazón, alma y mente.
No debemos retener nada para él. Y el segundo es que amamos a nuestro prójimo
como a nosotros mismos. Estos dos simples mandamientos resumen toda la ley de
Dios.
En realidad,
Jesús está diciendo aquí que no podemos andar en la gloria de Dios si guardamos
rencor contra alguien. Por lo tanto, amar
a Dios significa amar a cada hermano y hermana de la misma manera en la que
hemos sido amados por el Padre.
“Si alguno
dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama
a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y
nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su
hermano” (1ª Juan 4:20-21). “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios
es amor” (v. 8).
Podemos alabar
a Dios con los brazos alzados, orar a él todos los días y pasar horas
estudiando su Palabra, pero si estamos amargados y no perdonamos a nadie, todo
es en vano.
Si estás en ese
estado, dile a Dios que lo sientes. Pero da un paso adicional y reconcíliate
con esa persona, para que puedas disfrutar de una verdadera intimidad con el
Padre.
DAVID WILKERSON - (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)