“Por medio de [Él] también hemos
obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos
gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.” Romanos 5:2
Ver la gloria
de Dios es nuestra esperanza final. «Nos gloriamos en la esperanza de la gloria
de Dios» (Romanos 5:2). Dios nos presentará «sin mancha en presencia de su
gloria con gran alegría» (Judas 24).
Él dará a
conocer «las riquezas de su gloria sobre los vasos de misericordia, que de
antemano Él preparó para gloria» (Romanos 9:23). Él nos llama «a su reino y a
su gloria» (1ª Tesalonicenses 2:12). «[Aguardamos] la esperanza bienaventurada
[que es] la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo
Jesús» (Tito 2:13).
Jesús, en toda
su persona y obra, es la encarnación y revelación final de la gloria de Dios.
«Él es el resplandor de su gloria y la expresión exacta de su naturaleza»
(Hebreos 1:3). «Padre, quiero que los que me has dado, estén también conmigo
donde yo estoy, para que vean mi gloria» (Juan 17:24).
«Por tanto, a
los ancianos entre vosotros, exhorto yo, anciano como ellos y testigo de los
padecimientos de Cristo, y también participante de la gloria que ha de ser revelada»
(1ª Pedro 5:1). «La creación misma será también liberada de la esclavitud de la
corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Dios» (Romanos 8:21).
«Hablamos
sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta que, desde antes de los
siglos, Dios predestinó para nuestra gloria» (1ª Corintios 2:7). «Pues esta
aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa
toda comparación» (2ª Corintios 4:17). «Y a los que justificó, a ésos también
glorificó» (Romanos 8:30).
Ver y compartir
la gloria de Dios es la esperanza final en el evangelio de Cristo.
La esperanza
que realmente conocemos y atesoramos tiene un peso enorme y decisivo sobre
nuestros valores y elecciones y acciones de hoy.
Profundicemos
en el conocimiento de la gloria de Dios. Estudiemos la gloria de Dios, la
gloria de Cristo, la gloria del mundo que revela la gloria de Dios, y la gloria
del evangelio que revela la gloria de Cristo.
Atesoremos la
gloria de Dios por sobre todas las cosas.
Examinemos
nuestra alma. Sepamos qué es aquello cuya gloria nos seduce, y examinemos por
qué atesoramos otras glorias que no son la gloria a Dios.
Examinemos
nuestra propia alma para saber cómo hacer para que las glorias del mundo se
derrumben como Dagón (1 Samuel 5:4), en míseros pedazos esparcidos por el piso
de los templos del mundo.
JOHN PIPER - (Dev. tomado del libro “RECONSTRUYENDO
LOS FUNDAMENTOS: LA CENTRALIDAD DE LA GLORIA DE DIOS”)