Como pueblo de
Dios, no podemos avanzar hacia la plenitud en Cristo si no nos separamos cada
vez más del espíritu de este mundo. Si no nos volvemos más celestiales en
nuestra forma de pensar y menos apegados a los placeres mundanos que nos
rodean, seremos drenados del gozo de nuestra salvación. La triste verdad es que
muchos creyentes son incapaces de disfrutar de su salvación porque descuidan
obedecer la Palabra de Dios. ¡La obediencia a su Palabra es el lugar donde comienzan
la bendición y el gozo!
Israel no
quería perder su gran espíritu de regocijo, así que se congregaron otra vez
para obedecer a Dios en este asunto: “Y ya se había apartado la descendencia de Israel de todos
los extranjeros; y estando en pie, confesaron sus pecados” (Nehemías 9:2).
Las
circunstancias y las pruebas de Israel no cambiaron: Dios los cambió a ellos.
Nehemías recordó un Israel que se regocijaba en la forma cómo Dios había
provisto a sus padres en el desierto. El Señor había derramado muchas
misericordias sobre ellos. Él les había enseñado por su Espíritu y los había
guiado con la nube y la columna de fuego. Les había provisto sobrenaturalmente
maná y agua. Y, milagrosamente, él no permitió que sus ropas o zapatos se
gastaran (ver Nehemías 9:19-21).
Igualmente hoy,
Dios ha prometido derramar estas mismas misericordias sobre su pueblo. En medio de nuestras aflicciones, debemos
ir tranquilamente a la Palabra de Dios y orar para que el Espíritu Santo la
escriba en nuestros corazones. Así es como comenzamos a entrar en su reposo y
paz.
¿Cómo
mantenemos el gozo del Señor? Lo hacemos de la misma forma en la que obtuvimos
su gozo al comienzo: Amamos, honramos y tenemos hambre de su Palabra. Y
caminamos continuamente en obediencia por el poder del Espíritu Santo. ¡Sólo el
gozo del Señor nos abastece de la verdadera fuerza!
DAVID WILKERSON
- (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)