“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un
solo hombre, y por medio del pecado entró la muerte, así la muerte pasó a todos
los hombres, por cuanto todos pecaron.” Romanos 5:12
Durante un
partido de béisbol de una escuela secundaria, el árbitro, Don Briggs, cumplió
el sueño de todo árbitro. Aun cuando no tenía problemas con los jugadores, no
era lo mismo con el público, que no dejaba de gritar y discutir, por lo que el
árbitro decidió expulsar a todos los espectadores de las tribunas.
El Director de
una de las escuelas dijo que no había visto nada irregular en las tribunas. Un
policía que presenciaba el partido sólo por precaución, tampoco dijo haber
visto nada inusual. Pero más allá de lo que la gente diga acerca de la decisión
tomada por Don Briggs, el reglamento establece que la misma es final.
Me pregunto qué
habrá pensado Dios al ver ese partido de béisbol y el comportamiento de las
tribunas. Seguramente habrá comprendido bien el dilema ante el cual el árbitro
se vio obligado a tomar esa decisión.
Como Creador y
Preservador del Universo, las reglas de Dios son finales, al igual que sus
decisiones. No existe corte superior a la de Él. Aún así, desde que el hombre
desobedeció y fue expulsado del Jardín del Edén, Dios es criticado por
"dejarse llevar" y "exagerar en sus reacciones".
Si el Señor dice:
"el alma que peca muere", la gente objeta. Si decreta: "sólo por fe en Jesús se es salvo", sus críticos
lo catalogan de intolerante. Efectivamente, el Señor comprende muy bien lo
que es ser criticado por las masas como lo fue el árbitro Briggs.
Por supuesto
que existen diferencias entre las decisiones de Dios y las de Briggs. La más
obvia es que, mientras que la decisión de Briggs pudo estar equivocada, las
decisiones del Señor siempre son correctas.
Pero aún hay
más, cuando Briggs hizo desocupar las tribunas, no los dejó regresar. En cambio
el Señor nos da la oportunidad de ser perdonados y regresar. El Señor castigó a
su Hijo inocente en nuestro lugar. Gracias a Jesús, quien vivió, sufrió, murió
y resucitó, podemos entrar al cielo.
Semejante regalo
no puede ser igualado por nadie. Eso sólo puede venir del único Dios
misericordioso y amoroso.
ORACIÓN: Padre celestial, te doy gracias porque
por el sacrificio de Jesús puedo recibir el cielo. Ayúdame para que mi vida sea
un ejemplo de gratitud y alabanza a ti. En su nombre. Amén.
CRISTO PARA TODAS LAS N. - (DEV. “ALIMENTO DIARIO”)