sábado, 4 de noviembre de 2017

"Estás afuera" 4 noviembre





“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un solo hombre, y por medio del pecado entró la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” Romanos 5:12


Durante un partido de béisbol de una escuela secundaria, el árbitro, Don Briggs, cumplió el sueño de todo árbitro. Aun cuando no tenía problemas con los jugadores, no era lo mismo con el público, que no dejaba de gritar y discutir, por lo que el árbitro decidió expulsar a todos los espectadores de las tribunas.

El Director de una de las escuelas dijo que no había visto nada irregular en las tribunas. Un policía que presenciaba el partido sólo por precaución, tampoco dijo haber visto nada inusual. Pero más allá de lo que la gente diga acerca de la decisión tomada por Don Briggs, el reglamento establece que la misma es final.

Me pregunto qué habrá pensado Dios al ver ese partido de béisbol y el comportamiento de las tribunas. Seguramente habrá comprendido bien el dilema ante el cual el árbitro se vio obligado a tomar esa decisión.

Como Creador y Preservador del Universo, las reglas de Dios son finales, al igual que sus decisiones. No existe corte superior a la de Él. Aún así, desde que el hombre desobedeció y fue expulsado del Jardín del Edén, Dios es criticado por "dejarse llevar" y "exagerar en sus reacciones".

Si el Señor dice: "el alma que peca muere", la gente objeta. Si decreta: "sólo por fe en Jesús se es salvo", sus críticos lo catalogan de intolerante. Efectivamente, el Señor comprende muy bien lo que es ser criticado por las masas como lo fue el árbitro Briggs.

Por supuesto que existen diferencias entre las decisiones de Dios y las de Briggs. La más obvia es que, mientras que la decisión de Briggs pudo estar equivocada, las decisiones del Señor siempre son correctas.

Pero aún hay más, cuando Briggs hizo desocupar las tribunas, no los dejó regresar. En cambio el Señor nos da la oportunidad de ser perdonados y regresar. El Señor castigó a su Hijo inocente en nuestro lugar. Gracias a Jesús, quien vivió, sufrió, murió y resucitó, podemos entrar al cielo.

Semejante regalo no puede ser igualado por nadie. Eso sólo puede venir del único Dios misericordioso y amoroso.

ORACIÓN: Padre celestial, te doy gracias porque por el sacrificio de Jesús puedo recibir el cielo. Ayúdame para que mi vida sea un ejemplo de gratitud y alabanza a ti. En su nombre. Amén.



CRISTO PARA TODAS LAS N. - (DEV. “ALIMENTO DIARIO”)









TRADUCCIÓN