Jesucristo,
nuestro Salvador, es el único que está en perfecta santidad. Debido a que sólo
Jesús es santo y perfecto, Dios no reconoce a ninguna otra persona. Por lo
tanto, si alguna vez vamos a ser recibidos por el Padre celestial, debemos
estar en Cristo, únicamente por la gracia de Cristo y sin ningún mérito propio.
“Y mediante la cruz reconciliar con Dios
a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades” (Efesios 2:16). “Aboliendo en
su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas,
para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz”
(2:15).
Debido a la
obra de Cristo en la cruz, el hombre ya no podía intentar ser santo al guardar
la ley de Dios. No podía ser santo por buenas obras, acciones justas o algún
esfuerzo humano. En lugar de ello, el Padre aceptaría a un solo hombre como
santo: el hombre Nuevo, resucitado.
Cuando este
nuevo hombre presentó a su Padre a todos los que habían creído en él, el Padre
respondió: “Los recibo a todos como santos, porque están en mi Hijo santo” (ver
Efesios 1:6).
Nosotros somos parte del cuerpo de este hombre
santo e intachable. “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros
cada uno en particular” (1 Corintios 12:27). Hemos sido hechos hueso del hueso
de Cristo y carne de su carne y hemos sido adoptados en su familia: “Nosotros,
siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los
otros” (Romanos 12:5).
Debido a que
estamos en Cristo, hemos sido hechos santos. “Si la raíz es santa, también lo
son las ramas” (Romanos 11:16). "Yo soy la vid, vosotros los pámpanos”
(Juan 15:5).
El camino a la
santidad no es a través de la habilidad humana, sino a través de la fe en
nuestro Señor Jesucristo. ¡Qué maravillosa respuesta a los gritos ansiosos de
las multitudes sedientas de ser santas! ¡Somos santos mientras descansemos en
la santidad de Cristo! Nuestra santidad es su santidad, fluyendo hacia
nosotros, las ramas, desde la raíz.
DAVID WILKERSON
- (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)