“Acercaos a Dios, y Él se acercará a
vosotros.” Santiago 4:8
Lo que este
versículo quiere decir es que hay una preciosa experiencia de paz, seguridad,
armonía e intimidad con Dios que no es incondicional: depende de que no
contristemos al Espíritu.
Depende de que
dejemos los malos hábitos. Depende de que abandonemos las triviales
inconsistencias de nuestra vida cristiana. Depende de que caminemos a la par
con Dios y aspiremos al mayor grado de santidad.
Si esto es
verdad, me temo que las afirmaciones poco cuidadosas que hoy en día se hacen
acerca del amor incondicional de Dios, podrían llevar a las personas a dejar de
hacer justamente lo que la Biblia dice que necesitan hacer para lograr la paz
que buscan con tanta ansiedad. En nuestro intento de traer paz a las personas
por medio de la «incondicionalidad», podríamos estar privándolas del remedio
mismo que la Biblia prescribe.
Declaremos con denuedo las buenas nuevas de que
nuestra justificación está basada en el valor de la obediencia y el sacrificio
de Cristo, no en los nuestros (como dice Romanos 5:19: «porque así como por la
desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así
también por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos»).
Pero declaremos
también la verdad bíblica de que el deleite en esa justificación, que se manifiesta
en el gozo, la confianza y el poder para crecer en semejanza a Jesús, está
condicionado a nuestra renuncia activa al pecado y a las malas costumbres, a la
mortificación de los deseos de la carne, a la búsqueda de la intimidad con
Cristo y a no contristar al Espíritu.
JOHN PIPER - (Dev. tomado del articulo
“DOES UNCONDITIO-NALITY CONCEAL THE REMEDY?”)