Algunos pueden
preguntar: “¿Qué de la increíble experiencia de los discípulos en el Monte de
la Transfiguración? ¿No fue esa una manifestación de la gloria de Dios? Hubo
una luz imponente y la aparición milagrosa de Moisés y Elías”.
En ese momento
increíble, la gloria de Dios no estaba en Moisés o Elías, ni en la luz
espectacular. Más bien, su gloria radiante estaba en Jesús:
“Resplandeció
su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz… he aquí una voz desde
la nube, que decía: Este es mi Hijo
amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17:2, 5, énfasis
añadido).
Acá tenemos la
gloria de Dios, ¡personificada en Cristo! Jesús es la revelación de todo lo que
Dios dijo que Él era para Moisés: lleno de gracia, misericordioso, paciente,
abundante en bondad y verdad, que tiene misericordia a millares y perdonador de
pecados. En el Monte de la Transfiguración, Dios reveló una imagen viviente de
Su propia gloria: “Ahora, todo está personificado en mi hijo”.
Amado, Dios
quiere abrir nuestros ojos a “las riquezas de la gloria de su herencia en los
santos” (Efesios 1:18). Esto simplemente
significa que toda la gloria revelada a Moisés está personificada en el hijo de
Dios. Y ahora hemos recibido a Cristo como nuestra herencia.
“En él [Cristo
Jesús, nuestro Señor] habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”
(Colosenses 2:9, mi paráfrasis).
DAVID WILKERSON - (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)