“Dios hizo que Cristo, al derramar su sangre, fuera
el instrumento del perdón.” Romanos 3:25
La siguiente
demostración es una manera fabulosa de presentar la profunda verdad de que
Jesús murió por nuestros pecados. Necesitarás un huevo crudo, un envase de lata
vacío (abierto en un extremo), un trozo pequeño de madera y un martillo. Luego
haz lo siguiente frente a tus amigos y familiares:
• Coloca el trozo de madera sobre la mesa y
sobre él acomoda el huevo con cuidado. Por ahora, ten escondido el envase, pero
pon el martillo sobre la mesa.
• Di: “Este huevo nos representa a cada uno
de nosotros. La Biblia dice que todos hemos pecado, y que el castigo de Dios
por el pecado es la muerte”.
• Muestra el martillo. “Este martillo
representa el castigo de Dios por nuestros pecados”.
• Sostén el martillo encima del huevo y di:
“¿Qué va a pasar cuando le dé un golpazo al huevo con este martillo?”. Quizá
los presentes respondan diciendo cosas como: “¡Un gran salpicadero!” o “Huevo
batido” o “Un salpicón de huevo”.
• Muestra el envase de lata y cubre con él el
huevo.
• Dale un fuerte martillazo a la parte de
arriba del envase. El sonido del golpe probablemente sobresalte a todos.
Si todo te sale bien, tendrás un envase bastante
abollado, pero cuando lo levantas encontrarás al frágil huevo todavía intacto. Y aquí es
donde impresionarás a todos con tu percepción espiritual:
Jesús recibió
el golpe en lugar de nosotros, igual como el envase de lata recibió el golpe en
lugar del huevo. La Biblia dice que muriendo en la cruz en nuestro lugar, Jesús
se colocó entre nosotros y el juicio de Dios por nuestros pecados. No podríamos
sobrevivir la ira de Dios contra nuestros pecados igual como el huevo no
hubiera podido permanecer intacto si le hubiera dado un martillazo directo.
Pero no tenemos que sufrir el juicio de Dios gracias a la disposición de Jesús
de dar su vida por nuestros pecados. Escapar de la ira de Dios es un regalo que
recibimos sencillamente por confiar en Jesús.
Ahora observen
el envase abollado. Piensen en lo que le costó a Dios perdonarnos nuestros
pecados. Durante las últimas horas de su vida, Jesús —que no había hecho nada
malo— fue objeto de maldiciones, burlas, escupidas y azotes. Le colocaron una
corona de espinas en la frente. Y fue clavado en una cruz.
Ese fue el
enorme precio que Jesús pagó por nuestros pecados. Pero también representa el
asombroso valor que tenemos para Dios. Dios nos amó tanto que envió a su Hijo
para morir por nuestros pecados y así pudiéramos ser sus amigos.
JOSH MCDOWELL - (DEV. "VIDA NUEVA PARA EL MUNDO”)