“Porque desde el más chico de ellos hasta el más grande,
cada uno sigue la avaricia; y desde el profeta hasta el sacerdote, todos son
engañadores… ¿Se han avergonzado de haber hecho abominación? Ciertamente no se
han avergonzado, ni aun saben tener vergüenza; por tanto, caerán entre los que
caigan; cuando los castigue caerán, dice Jehová” (Jeremías 6:13, 15)
El profeta Jeremías vio
la terrible condición que venía sobre el pueblo de Dios. Escondieron los
pecados que habían empezado a practicar, detrás de una máscara de paz y
seguridad superficiales. La ambición y codicia había tomado tal control de sus
corazones que camuflaban sus dolores con un quebrantamiento carnal. Sus vidas
enteras se habían tornado superficiales: lágrimas superficiales,
arrepentimiento superficial, incluso sanidad superficial.
El pueblo de Dios había
perdido su noción de vergüenza y dolor por el pecado; por el pecado en toda la
sociedad y por el pecado en sus propias vidas. Ya no sentían el odio y la ira
de Dios contra la iniquidad. El pecado se había convertido en “una de esas
cosas”.
Jeremías clamó: “¿Se
han avergonzado cuando pecaron? ¡No! No se avergonzaron en absoluto, ¡no se
ruborizaron!”
El “rubor” en el
Espíritu Santo no es tan sólo tener las mejillas enrojecidas debido a una
simple modestia. Es sentirse heridos,
avergonzados, devastados: dolidos porque el nombre y la pureza de Jesús,
nuestro Señor han sido pisoteadas, Su reputación ha sido manchada.
“Endurecieron sus
rostros más que la piedra, no quisieron convertirse” (Jeremías 5:3). Ellos
estaban cometiendo adulterio al acostarse con prostitutas y al desear la mujer
de su prójimo. En el versículo 11 del mismo capítulo, ¡Jeremías la llamó
rebelión directa contra el Señor!
A pesar de todas las
advertencias proféticas hechas por Jeremías, este pueblo se fue por su antojado
camino, diciendo: “No vendrá mal sobre nosotros, ni veremos espada ni hambre”
(versículo 12). “El juicio no es el mensaje de Dios para nosotros”, dijeron.
Dios advirtió a su
pueblo que prestaran oído a las instrucciones de las palabras dadas a ellos, o
Él se alejaría de ellos. “Corrígete, Jerusalén, para que no se aparte mi alma
de ti” (Jeremías 6:8). Y una vez más, Dios dijo: “¡Estoy hablando claramente!
¡Estoy advirtiendo! Pero, ¿quién está oyendo?”
DAVID WILKERSON -
(DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)


