Cuando el profeta
Isaías anunció la venida de Cristo y Su reino, trazó cómo serían los verdaderos
ministros de Cristo. Al hacerlo, definió nuestro ministerio en estos postreros
días, al decir, en esencia: “Quiero que conozcas las señales del verdadero pueblo
de Dios, aquéllos que estarán ministrando ¡justo antes de que el Príncipe de
Paz regrese a reinar!”
Isaías comienza con
estas palabras: “He aquí que para
justicia reinará un rey” (Isaías 32:1). Luego, el profeta añade: “Y será
aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el
turbión; como arroyos de aguas en tierra de sequedad, como sombra de gran
peñasco en tierra calurosa” (versículo 2).
Para mí, es claro que
Isaías está refiriéndose a Cristo. Y continúa diciéndonos que un verdadero
siervo de Dios va a predicar la suficiencia de Cristo. De hecho, este creyente
se encierra con Jesús, confiando en que su Señor hará de su alma, un jardín
bien regado. Él vive con gran confianza, su espíritu reposa y está lleno de
paz.
Este verdadero siervo
de Dios no tiene una tempestad efervescente en su alma a causa del pecado. Por
el contrario. Él confía plenamente en el Espíritu Santo para hacer morir sus
pecados y hacer su espíritu libre como un ave. Él no tiene temores ni preocupaciones, porque todo está claro entre él
y su Señor. Hay un cántico en su corazón, ¡porque Cristo es su deleite!
Más allá, este siervo
sabe que nadie puede herirlo porque está asido de la seguridad y comodidad de
la promesa de que Dios defiende a los justos. Ningún arma forjada contra él
puede prosperar porque Dios mismo se levanta contra toda lengua que viene
contra él. Dios es su defensa una tierra de abatimiento.
Isaías destaca dos
características que distinguen al siervo justo. Primero, tiene discernimiento
y, segundo, conoce claramente la voz de Dios: “No se ofuscarán entonces los
ojos de los que ven, y los oídos de los oyentes oirán atentos” (Isaías 32:3).
Vemos un ejemplo en el
primer encuentro que tuvo Jesús con Natanael. Cuando Él vio a Natanael venir a Él,
clamó: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño” (Juan 1:47). En
otras palabras, “¡Miren, hermanos! Acá viene un hombre que no es hipócrita. No
hay engaño en él, no hay inmoralidad. ¡Él es una vasija limpia!”.
DAVID WILKERSON - (DEVOCIONAL
DIARIO “ORACIONES”)