RESPETANDO A UN JEFE A QUIEN NO
RESPETO
Por Mindy Kroesche
En mi primer trabajo luego de la universidad, mi jefe tenía una mecha
corta y un temperamento caldeado. Por lo menos una o dos veces a la semana,
explotaba con algún empleado, suplidor o cliente. Además de hacerme sentir
extremadamente incómoda, yo respetaba muy poco la manera cómo él trataba a
otros –lo cual rebosaba mi actitud hacia él–.
Un día durante mi tiempo de quietud con el Señor, me encontré con este
verso: "Todos los que están bajo
yugo como esclavos, consideren a sus propios amos como dignos de todo honor,
para que el nombre de Dios y nuestra doctrina no sean blasfemados” (1
Timoteo 6:1).
¡Guao! El Espíritu Santo conocía exactamente lo que yo debía escuchar.
Aunque consideraba mi trabajo bastante alejado de “yugo como esclavos” las
palabras de Pablo dieron en el blanco. Si él se refería a que los esclavos
(¡esclavos, imagínate!) respetaran a sus amos, ¿cuánto más, yo como empleada
asalariada que estaba de manera voluntaria en mi trabajo, no debía respetar a
mi jefe?
Otra idea que llamaba mi atención, fue que Pablo hacía alusión a que
considerara al jefe como “digno de todo honor”.
En ese caso no se refiere a que necesariamente merezca el respeto – ese
no era el asunto–. Sino que debía respetarlo sin importar que hubiera una razón
o no. ¿Y por cuál motivo debía hacerlo?
Para que el nombre de Dios y la enseñanza de Jesucristo no fueran blasfemados.
En otras palabras, necesitaba mostrar respeto a mi jefe independientemente de
su mal temperamento, o de cómo me
trataba o a otros a mi alrededor, porque como cristiana, mi respeto a su
persona, glorificaría a Dios.
Quisiera decir que luego de que Dios me mostró esto, me resultaba fácil
seguir en ese trabajo o en otros que he tenido luego. La realidad es que es
algo que Él necesita traerme a la mente una y otra vez. Sin embargo, la
diferencia radica en que tome en cuenta ese versículo, y en oración me enfoque
en respetar a mi jefe. En una ocasión, realmente vi cambios en mi jefe; en otro
trabajo, mi jefe era más difícil que cualquier otro que hubiera tenido. Pero
donde se produjo el mayor cambio fue en mí misma.
Podía ir a trabajar con una actitud más positiva, reconociendo que era
el lugar donde Dios me había colocado en ese tiempo y que en Su sabiduría, ese
era el jefe que había designado con autoridad sobre mí. En lugar de tener
exabruptos, reacciones de crítica, volverme irrazonable o dar un trato injusto,
podía pedirle a Dios que me ayudara a
responder con una actitud parecida a la de Cristo y tratar de discernir lo que
Él quería que yo aprendiera a través de esa situación. Además, El empezó a
darme una nueva perspectiva sobre cómo orar mejor por mi jefe.
¿Y tú? ¿Qué te ha enseñado Dios
acerca de respetar a tu jefe o cualquier otra autoridad en tu vida? Nos encantaría escuchar lo que
tengas que compartir.