Las Escrituras nos
dicen que Ana, en su hora más desesperada, finalmente “hizo un voto. Le dijo: «Señor de los ejércitos, si te dignas mirar
la aflicción de esta sierva tuya, y te acuerdas de mí y me das un hijo varón,
yo te lo dedicaré, Señor, para toda su vida. Yo te prometo que jamás la navaja
rozará su cabeza»” (1 Samuel 1:11).
¡Eso era lo que Dios
estaba esperando! Verás, a menudo cuando recibimos una respuesta muy rápido,
nuestra tendencia humana es quedarnos con el beneficio. Claro, podemos
testificar de cómo Dios es fiel y nos bendijo, pero en última instancia, tomamos
la bendición y la consumimos en nosotros mismos. Es por eso que a menudo Dios
tiene que esperar hasta que llegamos a un punto de desesperación al igual que
Ana lo hizo: un lugar donde nos proponemos en nuestro corazón tomar esa
respuesta y dársela al Señor para Su gloria.
En ese momento, Ana no
tenía idea que esta desesperación santa era lo que Dios estaba produciendo en
su propio pueblo como Su respuesta al peligro que su país se enfrentaba. Lo que ella sabía, sin embargo, era que
habría un costo que acompañaría su voto. Imagínate lo difícil que debe
haber sido, sabiendo que el sacerdocio era completamente apóstata y la nación
estaba en decadencia, aun así elegir llevar a su hijo, el deseo de su corazón
por el cual ella había orado por tanto tiempo, e internarlo en el templo.
Puedo imaginarme lo que
los vecinos de Ana deben haber estado diciendo mientras salía hacia el templo
esa última vez con su pequeño hijo. “¿Qué crees que estás haciendo Ana? ¡Dios
finalmente contestó tu oración y te dio a este niño para ti!”. Es lo mismo con
lo que tú y yo lucharemos todo el tiempo: el razonamiento falso; el consejo de
los que nunca emprenderían tal travesía.
De alguna manera, Ana
sabía que la vida con la que Cristo nos bendice no es para nosotros mismos, sino
más bien para los demás. Era algo de lo que ella se dio cuenta en el templo
cuando hizo ese voto al Señor por primera vez, con la promesa de traer de
vuelta a Él la vida que Él le daría. De hecho, fue en ese momento que Ana se
fue y su semblante dejó de estar triste (Ver 1 Samuel 1:18).
CARTER CONLON -
(DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)