EL CRISOL DEL SUFRIMIENTO
Las pruebas proveen de una excelente oportunidad para expresar nuestra
inamovible confianza en Dios
“Recuerden aquellos días pasados
cuando ustedes, después de haber sido iluminados, sostuvieron una dura lucha y
soportaron mucho sufrimiento.” Hebreos 10:32-34
Luego de una advertencia sobre el severo castigo que espera a quienes
pisotean la sangre de Cristo, el autor anima a sus lectores a recordar el
excelente testimonio que dejaron en tiempos pasados.
Una de las razones por la que alguien eventualmente desprecie a Cristo
puede ser que nunca asumió un genuino compromiso con él. En lugar de esto, optó
por la rutina religiosa a la que tan fácilmente nos entregamos. La resultante
falta de transformación produjo fastidio en lugar de gozo y paz y nadie puede
mantener vivo, por tiempo indefinido, una relación con una institución en lugar
de una persona.
No obstante, la mayor razón por la
que optamos por darle la espalda al Señor son las experiencias de sufrimiento
que inevitablemente llegan de la mano de la conversión. Cristo advirtió a sus discípulos,
en reiteradas ocasiones, que podían esperar toda clase de dificultades si
optaban por la amistad con él. «Si el mundo los odia, recuerden que a mí me
odió primero… ¿Recuerdan lo que les dije? “El esclavo no es superior a su amo”.
Ya que me persiguieron a mí, también a ustedes los perseguirán.» (Jn 15.18 y 20
– NTV).
Por esta razón el apóstol Pedro, experimentado en persecuciones,
advierte que no debemos sorprendernos por las pruebas de fuego que estamos
atravesando, como si algo extraño estuviera sucediendo. El sufrimiento
simplemente es parte del paquete que llamamos Cristianismo. La mayoría de
nosotros, sin embargo, nos mostramos completamente desconcertados cuando los
problemas se manifiestan en nuestras vidas.
Esta fue la respuesta reiterada de los Israelitas en el desierto. Ante
cada prueba se manifestaban con enérgicas protestas e interminables
cuestionamientos sobre el propósito de Dios para sus vidas. El resultado final
de tanto fastidio fue que el Señor determinó que aquella perversa generación
perecería en el desierto.
Los receptores de la epístola habían mostrado una notable actitud de
resistencia en medio de intensas pruebas. No habían abandonado a los que
estaban padeciendo sufrimiento, ni tampoco habían perdido el gozo en medio de
las dificultades que ellos mismos experimentaron.
Esta respuesta ejemplar es la que el
autor de Hebreos espera de ellos en el presente. Tal respuesta no será posible si
no poseemos la convicción inamovible de que Dios emplea cada dificultad para
asegurar el bien para sus hijos. La prueba, en si misma, jamás será motivo de
alegría. Más bien implica dolor, angustia y desconsuelo. La fuente de nuestro
gozo se encuentra en otro lugar enteramente distinto, las promesas que el Padre
nos ha dejado acerca de su compromiso incondicional hacia nosotros.
Esta es la razón por la que Cristo, poco antes de su muerte, reveló a
sus discípulos el motivo por el que había invertido tanto tiempo en compartir
con ellos las Palabras de su Padre. « Les he dicho estas cosas para que se
llenen de mi gozo; así es, desbordarán de gozo» (Jn 15:11 – NTV). El vivir
aferrados a sus promesas es un camino seguro para experimentar abundante gozo,
aún en medio de las pruebas.