Durante demasiado
tiempo en muchas iglesias evangélicas, una actitud patética y sentimental de
falsa humildad, excusaba, justificaba y animaba a los cristianos a decir: “¡No
me mires! ¡No mires al hombre, mira sólo a Dios!” Permíteme explicarme: Es
correcto, sano y bíblico mantener nuestro enfoque, devoción y máxima confianza
en Dios y sólo Dios. Los hombres serán siempre falibles e imperfectos, ya que
pueden decepcionarnos y herirnos. El apóstol Pablo nos recuerda que tenemos los
tesoros eternos y perfectos del Reino de Dios en vasos de barro, junto con la
fragilidad y las imperfecciones humanas (Ver 2 Corintios 4:7).
Sin embargo, el tiempo
de ignorar y dar la espalda a nuestra responsabilidad y al llamado bíblico
supremo de comunicar fe, amor, perdón, pureza, generosidad y un corazón
apasionado por Dios y Su casa para con nuestros hijos y seres queridos, debe
llegar a su fin. Sin arrogancia o pretensión, sino mas bien poseyendo un
sentido espiritual interior y agudo de dependencia en Dios, el apóstol Pablo
invitó apasionadamente a los creyentes jóvenes que lo rodeaban: “Sed imitadores
de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1). Pablo dijo más tarde a
Timoteo: “Lo que has oído de mí… esto encarga a hombres fieles que sean idóneos
para enseñar también a otros.” (2 Timoteo 2:2).
Tenemos que empezar a vernos a nosotros mismos de esta
manera.
Cuando nos damos cuenta y aceptamos el significado de nuestras vidas, de la
inmensurable posibilidad de influencia que todos llevamos dentro de nosotros,
un clamor se eleva desde la profundidad de nuestras almas hacia nuestro Dios:
“¡Oh Señor, aumenta nuestra fe!” Querido lector, permíteme decírtelo de esta
manera: ¡Cada uno de nosotros debe ser contagioso!
Déjame hacerte esta
pregunta: ¿Qué comunican tus valores, pasiones y prioridades a los que están
observando tu caminar y tu hablar en tu vida cotidiana? Déjame preguntarte de
forma directa: Si me junto contigo, aprendo de ti y te imito… ¿Que me “contagiarás”?
Tú y yo sabemos que la fe, el amor, el gozo y la pasión de algunos hombres y
mujeres son comunicativos. ¡Estar cerca de ellos nos hace bien, nos inspira,
nos sana y nos reconcilia con la raza humana! Nos encanta estar cerca de ellos
y damos gracias a Dios por su fe que produce esperanza y nos impulsa hacia
nuevas alturas de anhelos, compromisos y posibilidades en Dios.
CLAUDE HOUDE - (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)