“Estas cosas os he escrito a vosotros
que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida
eterna.” 1ª Juan 5:13
(Leer 2 Samuel 5 – Mateo 26:47-75 –
Salmo 22:6-11 – Prov. 8:32-36)
Numerosos
textos de la Biblia afirman que el que cree en Jesús y recibe la vida eterna
jamás puede perder la salvación de su alma, aun si a veces pierde la convicción
de ella. Los siguientes versículos no dejan lugar a ninguna duda respecto a
este tema tan fundamental:
“De tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en
él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Esta vida que Dios
nos comunica es eterna, no se interrumpe, no puede desaparecer. Por otra parte,
ella “está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3). ¿Quién podría
quitárnosla?
Cuando creemos,
recibimos una nueva naturaleza, nacemos “de nuevo” (Juan 3:3-8). “Todo aquel
que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios” (1ª Juan 5:1). “Ahora somos
hijos de Dios” (1ª Juan 3:2). Es una
relación que no puede ser alterada.
Jesús se
compara con una puerta por la cual deben entrar las ovejas, es decir, las
personas que creen en él (Juan 10:7). Una vez que las ovejas han pasado por esa
puerta, imagen de la conversión, pertenecen para siempre al buen Pastor. Él
declara: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen, y yo les doy
vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre
que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de
mi Padre” (Juan 10:27-29).
Ante tales
afirmaciones no queda lugar a ninguna duda. La salvación adquirida por Jesús en
la cruz es definitiva y eterna. Es una certeza incondicional porque está
fundada sobre lo que Cristo hizo.
EDICIONES BÍBLICAS – (DEVOCIONAL “LA BUENA SEMILLA”)