“Sean, pues, aceptables ante ti mis
palabras y mis pensamientos, oh Señor, roca mía y redentor mío.” Salmo 19:14
A lo largo de
la historia se ha escrito mucho sobre el potencial que las palabras que
hablamos tienen tanto para lo bueno como para lo malo. Alguien incluso llegó a
decir: "Los pensamientos expresados a veces pueden morir, pero ni Dios
puede matarlos una vez que han sido dichos". Aunque ese joven poeta pudo
haber sido un poco exagerado, tenía un respeto muy saludable por el poder de la
palabra hablada. Quizás no haya nada que pueda romper una relación más rápido
que las palabras desagradables o dichas con enojo. Y, a la inversa, las
palabras amorosas y consideradas, cuando son dichas con sinceridad, pueden
cimentar efectivamente una relación.
El apóstol
Santiago también reconoció el poder de la palabra hablada. En su epístola,
tiene mucho que decir sobre lo malo que es hablar palabras difamatorias, mentirosas
o engañosas y sobre los resultados de tales "patrones de habla".
Busca Santiago 3:5-12 y fíjate en los versículos 5-8. ¿De qué manera es la
lengua como un fuego? ¿Por qué es tan difícil domesticar la lengua? ¿Alguna vez
es esto un problema para ti? Piensa en situaciones específicas en las que tu
lengua te haya metido en problemas. ¿Hablaste demasiado rápido? ¿Ásperamente?
¿Con un tono no muy amistoso? ¿Qué puedes hacer para minimizar o prevenir este
problema?
Ahora mira los
versículos 9-12. Santiago sugiere que la solución real para frenar los pecados
de la lengua no es solo abstenerse de ciertas palabras o expresiones, sino más
bien estar firmemente arraigados en lo que motiva nuestro discurso. Por lo tanto, lo que debemos preguntarnos
es: “¿Qué es lo que motiva mi discurso como cristiano?”. La respuesta, por
supuesto, depende de nuestro amor por Dios y de cómo lo mostramos en la vida
cotidiana. Como cristianos, nuestros patrones de habla son motivados por la fe
en nuestro Señor Jesucristo y son parte de nuestra respuesta amorosa hacia Él y
hacia quienes nos rodean. El amor de Dios por nosotros en Jesucristo nos
impulsa, por el poder de su Espíritu, a seguir las directivas de nuestro Señor:
"Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así
como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros"
(Juan 13:34).
Por supuesto
que nuestros patrones de habla y la forma en que nos comunicamos, nunca serán
perfectos. De manera no intencional, y a veces por diseño, decimos palabras que
lastiman a otros y tensan las relaciones. Cuando hacemos esto, necesitamos
recordar que de Dios recibimos un patrón de habla lleno de gracia, la Palabra
que fue desde el principio y que ha sido enviada para nuestro bien: " Y la
Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su Gloria (la gloria
que corresponde al unigénito del Padre), llena de gracia y de verdad"
(Juan 3:14).
ORACIÓN. Señor Jesús, haz que nuestras palabras
te glorifiquen y sean un dulce sonido para quienes las oyen. En tu nombre.
Amén.
Devoción
enviada por un escritor contribuyente de Lutheran Hour Ministries
PARA EL CAMINO – (DEVOCIONAL “ALIMENTO DIARIO”)