“Cuando Simón Pedro vio esto, cayó de rodillas
ante Jesús y le dijo: ‘Señor, ¡apártate de mí, porque soy un pecador!’ Y es que
tanto él como todos sus compañeros estaban pasmados por la pesca que habían
hecho. También estaban sorprendidos Jacobo y Juan, los hijos de Zebedeo, que
eran compañeros de Simón. Pero Jesús le dijo a Simón: ‘No temas, que desde ahora
serás pescador de hombres.’” (Lucas 5:8-10)
Había sido un
día difícil para Pedro. Había estado pescando toda la noche, probablemente con
su hermano Andrés y sus compañeros Jacobo y Juan, y aun así no habían pescado
nada. A la mañana siguiente, mientras preparaban sus redes para volver al lago,
un rabino visitante le pidió a Pedro prestado el bote para predicarle a la
gente en la costa. "¿Por qué no?", pudo haber pensado Pedro.
"Puede predicar sin ser apretujado por la multitud, y todo lo que tenemos
que hacer es mantener el bote en un solo lugar." Podría ser un buen
descanso después de una noche decepcionante.
Pero cuando
terminó la predicación, Jesús le dio un consejo al pescador con mala suerte.
"Lleva la barca hacia la parte honda del lago y echen allí sus
redes", dijo. Pedro sabía que era una pérdida de tiempo. Pero para mostrar
respeto lo hizo, y al poco rato él y sus compañeros estaban hundidos hasta la
cintura, ¡casi hundiéndose por completo!
Pedro estaba
aturdido. Cayendo de rodillas ante Jesús, dijo: "Señor, ¡apártate de mí,
porque soy pecador!" Estaba aterrorizado, ¿y quién podía culparlo? Los
milagros no suceden todos los días. ¡Estar involucrado en un milagro da miedo!
¿Y estar al lado de aquel que lo hizo realidad? No es de extrañar que Pedro
quisiera salir de esa situación. Todos los errores que había hecho le vinieron
a la memoria, cada maldad, cada mentira, cada vez que hacía trampa o maldecía.
¿Cómo podía estar cerca del Dios santo?
Para nosotros
también es así, ¿no es cierto? Jesús nos dice que hagamos algo, la situación se
agrava y de repente nos encontramos abrumados, aturdidos. ¿Quieres que haga
qué, Señor? ¿Hablar con esa persona sobre el ti? ¿Por qué? ¡Ni siquiera puedo
abrir la boca! ¿Asumir esa responsabilidad que me aterra en mi familia o en la
iglesia? ¿Corregir el error que todos conocen, pero que nadie trata de
solucionar? No, yo no. Soy pecador. ¡Aléjate de mí, Señor!
Pero Jesús nos
calma así como calmó a Pedro: "No temas". Él sabe todo acerca de esos
pecados que nos aterran y de esas viejas culpas que parece que no podemos
superar. Los llevó a todos a la cruz. Él nos ha perdonado, nos ha lavado, nos
ha hecho aptos para su servicio. No debemos temer por lo que somos o hemos
sido. Jesús nos está llamando.
Y tampoco nos
dejará solos. Sea lo que sea que tengamos que hacer él estará con nosotros
guiándonos, fortaleciéndonos, enseñándonos a depender de él con todo nuestro
corazón. Él sabe que lo necesitamos. Como le dijo a Pedro y a los demás la
noche antes de su muerte: "Yo soy la vid y ustedes los pámpanos; el que
permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí
ustedes nada pueden hacer" (Juan 15: 5). Él nos mantendrá en su amor.
ORACIÓN. Señor, cuando tenga miedo, ayúdame a
confiar en ti. Gracias por estar siempre conmigo. Amén.
Dr. Kari Vo
PARA EL CAMINO – (DEVOCIONAL “ALIMENTO DIARIO”)