“En seguida predicaba a Cristo en las
sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios.” Hechos 9:20 (Leer
Hechos 9:1-22)
Antes de conocer a Cristo, me habían
lastimado tanto que evitaba relacionarme con la gente por temor a que me
hirieran más. Mi madre siguió siendo mi mejor amiga, hasta que me casé con
Alan. Siete años después, y al borde del divorcio, llevé a nuestro hijito
Xavier a una iglesia. Me senté cerca de la puerta, con miedo de creer, pero
desesperada por ayuda.
Felizmente, los creyentes se acercaron,
oraron por nuestra familia y me enseñaron cómo nutrir mi relación con Dios
mediante la oración y la lectura de la Biblia. Con el tiempo, el amor de Cristo
y de sus seguidores me transformó.
Dos años después, Alan, Xavier y yo pedimos
ser bautizados. Tiempo después, mi madre me dijo: «Estás cambiada. Háblame más
de Jesús». Pocos meses después, ella también aceptó a Cristo como Salvador.
Jesús transforma vidas… como la de Saulo, uno
de los perseguidores de la iglesia más temidos hasta que se encontró con el
Señor (Hechos 9:1-5). Otros lo ayudaron a aprender de Cristo (vv. 17-19), y su
drástico cambio sumó credibilidad a sus enseñanzas (vv. 20-22).
Quizá nuestro primer encuentro con Cristo y
nuestro cambio no sean tan dramáticos como los de Saulo, pero la gente notará
que el amor de Dios nos está transformando, y podremos hablarles a otros de Él.
Señor, gracias porque sigues transformando
vidas.
Vale la pena hablar de una vida cambiada por
el amor de Cristo.
(La Biblia en un año: Éxodo 39–40
— Mateo 23:23-39)