“Mis ovejas
oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” Juan 10:27 (Leer: Juan 10:25-30)
Tengo problemas de audición… «sordo de un oído y sin
poder oír del otro», como solía decir mi padre. Por eso, uso audífonos.
La mayoría de las veces, funcionan bien, excepto en
lugares con mucho ruido. En esos casos, mis audífonos captan todas las voces en
el salón, y no puedo escuchar a la persona delante de mí.
Así sucede con nuestra cultura: una cacofonía de sonidos
puede ahogar la voz suave de Dios. «¿Dónde se encontrará la Palabra, dónde la
Palabra resonará?», pregunta el poeta T. S. Eliot. «No aquí; no hay suficiente
silencio».
Felizmente, mis audífonos tienen un ajuste que elimina
los sonidos circundantes y me permite oír las voces que quiero escuchar. Del
mismo modo, a pesar de las voces que nos rodean, si aquietamos nuestras almas y
prestamos atención, escucharemos el «silbo apacible y delicado» de Dios (1
Reyes 19:11-12).
Dios nos habla
todos los días, llamándonos en medio de nuestras inquietudes y anhelos. Nos llama en nuestra tristeza más profunda y en el
vacío y la insatisfacción de nuestras mayores alegrías. Pero, fundamentalmente,
nos habla en su Palabra (1ª Tesalonicenses 2:13). Cuando tomes su libro y lo
leas, también escucharás su voz. El Señor te ama más de lo que crees, y desea
que escuches lo que te quiere decir.
Señor, ayúdame a escucharte hoy.
Dios habla a través de su Palabra cuando dedicamos tiempo
a escuchar.
(La Biblia en
un año: Éxodo 36–38 — Mateo 23:1-22)
DAVID H. ROPER -
(DEVOCIONAL “NUESTRO PAN DIARIO")