El silencio de Jesús (2)
“Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como
cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores,
enmudeció, y no abrió su boca.” Isaías 53:7 (Lectura: Génesis 35 - Mateo 20:16-34 - Salmo 18:31-36 - Proverbios 6:16-19)
En el juicio de
Jesús, los que conocían los textos sagrados, como los jefes religiosos
responsables de su muerte, deberían haber recordado la profecía relacionada con
el Servidor de Dios, mencionada en el versículo de hoy.
El escritor del
salmo también declara: “Mas yo, como si fuera sordo, no oigo; y soy como mudo
que no abre la boca. Soy, pues, como un hombre que no oye, y en cuya boca no
hay reprensiones” (Salmo 38:13-14). “Enmudecí, no abrí mi boca, porque tú lo
hiciste” (Salmo 39:9). Estos versículos proféticos anuncian lo que tendría que
soportar el Salvador que Dios iba a dar a los hombres.
En la tarde del
día de su resurrección, el Señor Jesús se juntó en el camino a dos de sus
discípulos. Ellos platicaban acerca de los últimos acontecimientos. Jesús tuvo
que decirles: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los
profetas han dicho!” (Lucas 24:25). Todo lo que los profetas del Antiguo
Testamento habían escrito sobre Jesús, el Hijo del Hombre, tenía que cumplirse
(Lucas 18:31). “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que
entrara en su gloria?” (Lucas 24:26).
Cuando Felipe
se acercó al intendente de la reina de Etiopía, este leía el texto del profeta
Isaías concerniente al silencio de Jesús. Felipe le explicó que el profeta
había dicho esto sobre Jesús (Hechos 8:32-35). La lectura de dicho pasaje
originó la conversión y el bautismo del etíope.
Ese silencio de
Jesús es un silencio elocuente, que aún hoy quiere hablar al lector y llevarlo
por el camino de la verdad y del gozo en Dios.
EDICIONES BÍBLICAS - (DEVOCIONAL "LA BUENA SEMILLA")
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