“Mis ovejas
oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no
perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.” Juan 10:27-28
Vida eterna significa no morir nunca. Esto es lo que
Jesús ofrece en este pasaje a aquellos que "oyen su voz y le siguen",
a los cuales él llama “mis ovejas.” Es decir, si hemos venido a Jesucristo
creyendo de todo corazón, aceptando su sacrificio en la cruz como pago por
nuestros pecados e invitándole a entrar en nuestras vidas, nunca moriremos.
¿Cómo entendemos esto? Sin duda nuestra muerte física habrá de ocurrir algún
día, pero la parte que nos hace únicos, el espíritu, simplemente pasará del
cuerpo a la presencia de Dios por toda la eternidad. A esto se refiere el
apóstol Pablo en su segunda carta a los corintios cuando escribe: “Porque
sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere,
tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los
cielos.” (2ª Corintios 5:1). Y más adelante declara: “Así que vivimos confiados
siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes
del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más
quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor.” (vv 6-8). No
solamente Pablo confiaba en que esto habría de suceder, sino que anhelaba que
sucediera prontamente.
También en Juan 5:24 Jesús nos dice: “De cierto, de
cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida
eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.” Jesús habló
estas palabras con el fin de asegurarnos que el regalo de la salvación es para
siempre. No se puede perder. Esta es la vida eterna. Una vez has aceptado a
Jesucristo como tu salvador has pasado de muerte espiritual a vida espiritual.
Has dejado de estar condenado por tus pecados y tu nombre ha sido escrito para
siempre en “el libro de la vida.” (Filipenses 4:3, Apocalipsis 3:5).
Cuando vivimos
separados de Dios, cuando no tenemos una relación con nuestro creador, en
esencia estamos muertos espiritualmente.
Esto fue exactamente lo que les pasó a Adán y Eva cuando pecaron en el huerto
del Edén. Dios les había advertido que si comían del árbol de la ciencia del
bien y del mal morirían. Al desobedecer, su relación con Dios se rompió, y
murieron espiritualmente. A través de los siglos, la semilla del pecado pasó de
generación a generación y con ella la consecuencia de la muerte eterna. Dios
envió a su hijo Jesucristo con el fin de reconciliarnos con él y darnos vida en
abundancia (Juan 10:10). Al volver a tener una relación con Dios, su plan
original de que viviéramos eternamente se hace una realidad en nuestras vidas.
Romanos 6:23 lo resume de esta manera: “Porque la paga del pecado es muerte,
mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.”
En Juan 17:1-3 dice: “Estas cosas habló Jesús, y
levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu
Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad
sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es
la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo,
a quien has enviado.” Esta es la vida eterna: conocer a Dios por medio de
Jesucristo, su Hijo. Se trata de un conocimiento íntimo, profundo, verdadero.
Un conocimiento que produce una profunda
transformación en el espíritu y la mente del ser humano, y nos prepara para
disfrutar junto al Señor por la eternidad.
Si tú has aceptado a Jesucristo como tu Salvador, dale
gracias a Dios por haberte facilitado la entrada a su presencia el día que
partas de este mundo. Si aún no has abierto tu corazón invitando a Jesús a
entrar en él, ahora mismo eleva una oración y confiesa tus pecados y pídele al
Señor que entre a morar en ti para siempre. De esta manera recibirás el regalo
de la vida eterna. Romanos 10:9-10 declara que “si confesares con tu boca que
Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos,
serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se
confiesa para salvación.”
ORACIÓN: Amantísimo Padre celestial, gracias por el regalo de la
vida eterna. No tengo palabras con que agradecerte el sacrificio de tu Hijo en
la cruz del Calvario. Gracias, mi Dios, porque esa preciosa sangre me ha
limpiado y me ha justificado delante de ti. En el nombre de Jesús, Amén.
ENRIQUE SANZ - (DEVOCIONAL "DIOS TE HABLA")