ES NECESARIO EL PROGRESO ESPIRITUAL
1. No debemos insistir en una perfección
absoluta del Evangelio en nuestros compañeros cristianos por más que luchemos
por conseguirla nosotros mismos. Seria injusto demandar una perfección
evangélica antes de que sepamos si una persona es un verdadero cristiano. Si
pusiéramos una norma de perfección total para los cristianos, no podría existir
ninguna iglesia, puesto que todos distamos mucho de ser el verdadero cristiano
ideal. Además, tendríamos que rechazar a muchos que solo pueden hacer un lento
progreso.
2. La perfección debe ser la meta final a
la cual dirigimos, y el propósito supremo en nuestras vidas. No es justo que
hagamos un compromiso con Dios en el que tratemos cumplir parte de nuestras
obligaciones y omitamos otras según el gusto y nuestro antojo. Antes que todo,
El Señor desea sinceridad en su servicio y sencillez de corazón, sin engaño ni
falsedad. Una dualidad de mente esta en su conflicto con la vida espiritual,
puesto que esta implica una devoción sincera a Dios con la búsqueda de la
Santidad y la rectitud. Nadie en esta prisión terrenal del cuerpo tiene
suficientes fuerzas propias como para seguir adelante con una constante
vigilancia y desvelo. Además, la gran mayoría de los cristianos padecen de una
debilidad tal, que se desvían o se detienen en su progreso espiritual,
haciendo, en consecuencia, avances muy lentos y escasos.
3. Dejemos que cada uno proceda de
acuerdo a la habilidad que le ha sido dada y continúe así el peregrinaje que ha
empezado. No hay hombre tan infeliz e inepto que de tanto en tanto no haga un
pequeño progreso. No cesemos de hacer todo lo posible para ir incesantemente
hacia adelante en el camino del Señor; y no desesperemos a causa de lo escaso
de nuestros logros. Aunque no lleguemos al nivel espiritual que esperamos o
deseamos, nuestra labor no está perdida si es que el día de hoy sobrepasa en
calidad espiritual al de ayer.
4. La única condición para el verdadero
progreso espiritual es que permanezcamos sinceros y humildes. Mantengamos en
mente nuestra meta final y vayamos hacia ella con toda nuestra voluntad. No
caigamos en el orgullo ni nos entreguemos a pasiones pecaminosas. Ejercitémonos
con diligencia para alcanzar una norma más alta de santidad, hasta que hayamos
llegado a lo mejor de nuestra calidad espiritual, en la que debemos persistir a
lo largo de toda nuestra vida. Únicamente lograremos la perfección absoluta
cuando, liberados ya de este cuerpo corruptible, seamos admitidos por Dios en Su
Presencia.
JUAN CALVINO - (DEV. "EL LIBRO DE ORO DE LA
VERD.")