sábado, 27 de enero de 2018

Libro de Oro 27 enero





CAPÍTULO 4: LA DESESPERANZA EN EL MUNDO VENIDERO


NO HAY CORONA SIN CRUZ


1. Cualquiera que sea la clase de pruebas que nos aflige, deberíamos siempre mantener nuestra vista en esta meta; hemos de acostumbrarnos al menosprecio “de la vanidades” de la vida presente, para que podamos meditar en la vida futura. El Señor sabe que por naturaleza estamos inclinados a amar este mundo de forma ciega y carnal: por lo tanto usa unos excelentes medios para atraernos hacia Él y levantarnos de nuestra negligencia, de modo que nuestro corazón no se apegue demasiado a esta tonta inclinación.

2. No hay ni uno de nosotros que no luche apasionadamente durante todo el curso de la vida por conseguir la inmortalidad celestial, ni nadie que no trate de alcanzarla. Realmente estamos avergonzados de no ser mejores que los animales, cuya condición no sería en absoluto inferior a la nuestra si no fuera por la esperanza de la eternidad después de la muerte. Pero si examinamos de cerca los planes y empresas ambiciosas, las acciones de cada individuo, hallaremos que sus ambiciones sólo alcanzan el nivel de esta tierra. Por eso podemos considerarnos realmente tontos cuando permitimos que nuestra mente se ciegue con el esplendor de las riquezas, el poder y el honor y no pueda ver más allá de estas cosas. También, el corazón angustiado y lleno de avaricia, ambición y otros malos deseos, no puede elevarse por encima del nivel terrenal. En resumen, cuando el alma se encuentra envuelta en los deseos carnales, busca su felicidad en las cosas de esta tierra.


3. Para contrarrestar esta inclinación del hombre natural, el Señor nos enseña lo que es en verdad la vanidad de la vida presente, por medio de varias lecciones en las que interviene la aflicción. Para que los cristianos no se sientan cómodos con una vida llena de facilidades y confort, Dios permite que sean frecuentemente perturbados por medio de guerras, revoluciones, robos, gobiernos tiranos, y muchas calamidades. Para que no se apeguen con avidez a las riquezas pasajeras de este mundo, o que no dependan solamente de aquello que poseen, Él les reduce a la pobreza, o les limita a la mediocridad, algunas veces por medio del exilio, otras por la esterilidad de la tierra, a veces por el fuego o cualquier otro medio. Para que no sean demasiado complacientes o se deleiten en exceso con la vida matrimonial, permite que tengan alguno que otro disgusto debido a los defectos de cada miembro de la pareja, les humilla a través de sus hijos, o les aflige con el afán de querer descendencia y no poder tenerla, o bien por medio de la pérdida de un hijo. Pero siendo Dios tan bueno y misericordioso con los Suyos, por medio de las enfermedades y peligros les enseña lo inestables y pasajeras que son las aparentes bendiciones terrenales, de manera que no se llenen de vanagloria.


4. Por lo tanto, entendemos que solamente podemos cosechar favores de la cruz cuando aprendemos que esta vida en sí misma está llena de sinsabores, perturbaciones, dificultades y miserias; que no es una vida feliz desde ningún punto de vista, y que sus llamadas bendiciones son inciertas, pasajeras y están mezcladas con un sinfín de adversidades. Tengamos, pues, presente que lo único que podemos esperar de este mundo es una lucha continua y atroz; elevemos entonces, nuestros ojos al cielo para ver allí nuestra corona. Sin embargo, debemos admitir que nuestro corazón nunca está dispuesto a meditar y desear las bendiciones de la vida futura, a menos que haya aprendido concienzudamente a dejar de lado las vanidades del mundo presente.



JUAN CALVINO - (DEV. "EL LIBRO DE ORO DE LA VERD.")









TRADUCCIÓN