“El niño crecía y se fortalecía y se llenaba de
sabiduría, y la gracia de Dios reposaba en él.” Lucas 2:40
Lucas termina
la historia del nacimiento de Jesús con el versículo de más arriba. A simple
vista, no nos dice mucho. Jesús creció como cualquier otro niño: aprendió a
caminar, a hablar, a comer y a vestirse por sí mismo; jugó con sus padres y se
hizo amigo de sus vecinos; comenzó a aprender las letras del abecedario y a
contar. Sí, es cierto: no nos dice mucho.
Pero, en
realidad, es maravilloso. ¿Por qué? ¡Porque se trata del mismo Dios pasando por
las etapas de crecimiento que nosotros hemos pasado! Si bien podría haberlo
hecho, Jesús no tomó el camino fácil: no nació sabiendo leer y escribir. No. Él
creció y aprendió al igual que nosotros, compartiendo nuestras vidas
ordinarias. (Si tienes un hijo al lado tuyo, puedes agregar que Jesús también
tuvo que hacer tareas.)
Jesús vino para ser uno de nosotros y poder ser así
parte de nuestra vida. Vino para ser nuestro Salvador... y eso no es
algo que se pueda hacer desde la distancia. Por ello Jesús acogió nuestra
naturaleza humana: nació, creció, vivió, trabajo, sufrió y murió. Nunca
podremos echarle en cara a Dios: "tú no comprendes, no entiendes lo que me
sucede".
Jesús nos ha
unido a él y nos ha redimido. A través del don de la fe del Espíritu Santo,
somos ahora parte de su familia eterna.
Lucas escribe:
"... y la gracia de Dios reposaba en él". Esa misma gracia reposa
también sobre todos los que confiamos en Jesús como nuestro Señor y Salvador.
ORACIÓN: Señor Jesús, gracias por hacerte
humano para hacernos tuyos. Gracias por ser nuestro Salvador. Amén.
CRISTO PARA TODAS LAS N. - (DEV. “ALIMENTO DIARIO”)