“Tuya es, oh
Señor, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor…” 1
Crónicas 29:11 (Leer: 1 Crónicas 29:3-10)
Uno de los placeres de visitar Europa es ver las
grandiosas catedrales. Son imponentemente hermosas, al elevarse hacia los
cielos. La arquitectura, el arte y los simbolismos que conforman estos
edificios asombrosos generan una fascinante experiencia de asombro y
magnificencia.
Al pensar en que estas estructuras se construyeron para
reflejar la grandeza de Dios y su incomparable esplendor, me preguntaba cómo
recapturar en nuestros corazones y mentes un sentimiento similar de la
magnificencia del Señor.
Una manera de hacerlo es mirar más allá de las
maravillosas estructuras humanas y contemplar la grandeza de lo que Dios mismo
ha creado.
Echa un vistazo a una noche estrellada y piensa en el
poder de Dios cuando, con su palabra, hizo el universo. Toma en tus brazos a un
bebé recién nacido, y da gracias al Señor por el milagro de la vida. Mira los
montes nevados de Alaska o el majestuoso Océano Atlántico, y las millones de
criaturas diseñadas por Dios, e imagina el poder que hace que funcionen esos
ecosistemas.
No está mal elevarse al cielo con estructuras que buscan
señalar hacia Dios, pero nuestra máxima admiración debemos reservarla para Dios
mismo, y decir: «Tuya es, oh Señor, la magnificencia y el poder, la gloria, la
victoria y el honor» (1 Crónicas 29:11).
Señor, tu grandeza me deja sin palabras.
Dios es el único digno de nuestra adoración.
(La Biblia en
un año: Génesis 7–9 — Mateo 3:1-17)
JAMES BANKS -
(DEVOCIONAL “NUESTRO PAN DIARIO")