martes, 21 de noviembre de 2017

Vespertinas 21 noviembre




“Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa, juntamente con él.” Juan 12:2


Lázaro es digno de ser envidiado, pues si era bueno ser Marta y servir, era mejor ser Lázaro y estar a la mesa con Jesús. Hay tiempo para todas las cosas y cada cosa es agradable en su sazón, pero ninguno de los árboles del huerto produce racimos como los de la vida de la comunión. Sentarse con Jesús, oír sus palabras, observar sus actos, gozar de sus sonrisas, fue un favor tan grande que habrá hecho de Lázaro un hombre tan feliz como lo son los ángeles. Cuando tuvimos la suerte de recrearnos con nuestro Amado en su casa de banquete, no hubiéramos dado ni la mitad de un suspiro por todos los reinos del mundo si con eso los hubiésemos podido comprar.

Lázaro es digno de ser imitado. Hubiera sido extraño que Lázaro no hubiese estado a la mesa donde estaba Jesús, pues él, cuando estaba muerto, fue resucitado por Jesús. Además, hubiese sido un acto de ingratitud el que Lázaro estuviese ausente cuando, el Señor que le dio vida, estaba en su casa. Nosotros también estábamos una vez muertos; sí y, como Lázaro, hediendo en el sepulcro del pecado, pero Jesús nos levantó y, por su vida, nosotros vivimos. ¿Podríamos nosotros conformarnos con vivir distanciados de él? ¿Dejamos de recordarlo en su mesa, donde él propone deleitarse con sus hermanos? ¡Oh! Esto es cruel. Debemos arrepentirnos y hacer como él nos ha mandado, pues su última voluntad debiera ser ley para nosotros. Si Lázaro hubiera vivido sin una constante comunión con uno de quien los judíos dijeron: “¡mirad cómo lo amaba!”, habría sido vergonzoso para él. ¿Y va a ser excusable una actitud semejante para nosotros, a quienes Jesús ha amado con un amor eterno? Si Lázaro se hubiese mostrado frío para con Jesús, que lloró sobre su cuerpo muerto, habría demostrado mucha insensibilidad. ¿Y qué demostraría en nosotros una actitud igual, si consideramos que Jesús no sólo lloró sino dio su sangre? Ven, hermano que lees esta porción, volvámonos a nuestro celestial Esposo y supliquemos a su Espíritu que podamos estar en una relación más íntima con él y que de aquí en adelante, nos sentemos a la mesa con él.



CHARLES SPURGEON - (DEV. “LECTURAS VESPERTINAS”)









TRADUCCIÓN