Pablo confirma
nuestra justa posición para con Dios a través de Cristo: “Porque si siendo enemigos, fuimos
reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando
reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por
el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación”
(Romanos 5:10-11).
A pesar de que
nuestro corazón nos condena, Juan nos dice: “Si alguno hubiere pecado, abogado
tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1ª Juan 2:1). Permíteme
mostrar un ejemplo de esto en la propia vida de Jesús.
Un día antes
que Jesús fuera crucificado, Él les lavó los pies a Sus discípulos. Les dijo a
estos hombres tan imperfectos: “El que está lavado, no necesita sino lavarse
los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos”
(Juan 13:10). Quizás te preguntes: “¿Cómo pudo decir Jesús que estos discípulos
estaban limpios? Cualquier observador casual de esta escena, habría quedado
atónito por la declaración de Jesús. Los once hombres a los que les habló ya
habían manifestado tener orgullo, incredulidad, egoísmo, ambición, codicia,
inconsistencia y venganza. El hecho es que Cristo hizo esta declaración acerca
de ellos porque Él los había elegido. Él
los había colocado en un camino hacia la santidad. ¡Todo fue por gracia!
Jesús también
sabía lo que había en el corazón de los discípulos a pesar de su total
imperfección. No sólo eso, sino que Él también veía más allá del tiempo de
quebranto y contrición al que ellos estaban a punto de entrar.
Digamos que yo
te pidiera que enumeres todos los pecados que estos discípulos cometieron. Creo
que yo podría decir confiadamente que tú y yo hemos sido culpables de todos
esos mismos pecados durante ciertas épocas a lo largo de nuestras vidas. Sin
embargo, Jesús tiene la respuesta para todos nosotros: “Justificados, pues, por
la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”
(Romanos 5:1).
DAVID WILKERSON - (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)