“Aunque mi
padre y mi madre me dejaran, con todo, el Señor me recogerá.” Salmo 27:10 (Leer: Éxodo 1:22–2:10)
Un bebé con solo unas horas de vida fue dejado en un
pesebre de Navidad fuera de una iglesia de Nueva York. Una madre joven y
desesperada lo había envuelto para protegerlo del frío y lo dejó donde pudieran
verlo. Si nos sentimos tentados a juzgarla, deberíamos, en cambio, dar gracias
de que el niño tiene ahora la posibilidad de vivir.
A mí, esto me toca personalmente. Como fui adoptado, no
tengo idea de qué circunstancias rodearon mi nacimiento, pero nunca me sentí
abandonado. Lo único que sé es esto: tengo dos madres que querían que tuviera
una oportunidad en la vida. Una me dio vida a mí; la otra invirtió su vida en
mí.
En Éxodo,
leemos sobre una madre amorosa en una situación desesperante. Faraón había ordenado asesinar a todos los bebés
varones judíos que nacieran (1:22). Entonces, la madre de Moisés lo escondió
tanto como pudo. A los tres meses, lo puso en una cesta impermeable en el río
Nilo. Si su plan era que una princesa lo rescatara, que creciera en el palacio
de Faraón y que, al final, liberara a su pueblo de la esclavitud, funcionó a la
perfección.
Cuando una madre desesperada le da una oportunidad a su
hijo, Dios puede aprovechar la situación. Él está habituado a hacerlo, y de las
formas más creativas imaginables.
Señor, ayúdanos a ayudar a los desesperados y solitarios.
Comparte el amor de Cristo.
(La Biblia en
un año: Apocalipsis 12:1-17)
TIM GUSTAFSON -
(DEVOCIONAL “NUESTRO PAN DIARIO")