“Lo que ahora
vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios…” Gálatas 2:20
Cuando el Señor en su misericordia pasó cerca de nosotros y nos vio en
nuestros pecados, lo primero que dijo fue: “Vive”; dijo esto primero porque su
vida es una de las cosas absolutamente esenciales en los asuntos espirituales,
y hasta que ella no nos sea concedida, somos incapaces de participar de las
cosas del reino. Ahora bien; la vida que la gracia confiere a los santos en el
instante de su despertamiento espiritual, no es otra cosa que la vida de
Cristo, que, a semejanza de la savia, corre del tronco a las ramas, que en este
caso somos nosotros, y establece una viva conexión entre nuestras almas y
Jesús. La fe es la gracia que conoce esta unión, pues ha procedido de ella como
su primer fruto. La fe es el cuello que une el cuerpo de la Iglesia con su
gloriosa Cabeza. La fe se prende del Señor Jesús con firmeza y determinación. Ella conoce su excelencia y su valor, y
ninguna tentación podrá inducirla a poner su confianza en otro lugar.
Jesucristo se complace tanto en esta gracia celestial, que nunca deja de
fortalecerla y sustentarla con el abrazo de amor y con el poderoso apoyo de sus
eternos brazos. Aquí se establece luego una viva, sensible y agradable unión
que deja correr ríos de amor, de confianza, de simpatía, de complacencia y de
gozo, de los cuales tanto la esposa como el esposo les gusta beber. Cuando el
alma puede comprender claramente esta unidad entre Cristo y ella, puede sentir
como si un solo pulso latiera para ambos y una sola sangre corriera por las
venas de los dos. Entonces el corazón está tan cerca del cielo, como este puede
estarlo de la tierra, y se prepara para gozar de la comunión más sublime y
espiritual.
CHARLES
SPURGEON - (Dev. “LECTURAS MATUTINAS”)