“Con amor
eterno te he amado…” Jeremías 31:3
Algunas veces el Señor Jesús manifiesta a su Iglesia sus pensamientos
amorosos. El no considera suficiente manifestar esos pensamientos a espaldas de
su Iglesia, sino lo hace en su misma presencia diciendo: “Tú eres hermosa,
amiga mía”. En realidad, no es esta su manera corriente de proceder. El es un
amante sabio y sabe cuándo retener la declaración de amor y cuándo expresarla.
Pero hay veces cuando no hace de ella un secreto, veces cuando la declara
abiertamente a las almas de su pueblo. A menudo y en forma muy agradable el
Espíritu Santo da testimonio del amor de Jesús a nuestros espíritus. El toma de
las cosas de Cristo y nos las hace saber. Aunque no oímos ninguna voz de las
nubes, ni vemos ninguna visión en la noche, sin embargo, tenemos un testimonio
más seguro que el que esas manifestaciones podrían darnos. Si un ángel descendiera del cielo y enterase a algún creyente acerca
del amor que le profesa el Salvador, el testimonio que tendría con esa
declaración no sería ni un ápice mayor que el que le da el Espíritu Santo.
Pregunta a los creyentes que han vivido más cerca de las puertas del cielo, y
ellos te dirán que han tenido momentos cuando el amor que Cristo les profesa,
ha sido para ellos un hecho tan evidente y seguro, que para dudarlo les sería
menester dudar de sus propias existencias.
Sí, amado creyente, tú y yo hemos tenido “tiempos de refrigerio de la
presencia del Señor”, y entonces nuestra fe ha ascendido a la cumbre de las
alturas de la seguridad. Hemos tenido fe para apoyar nuestras cabezas en el
seno de nuestro Señor, y, a semejanza de Juan cuando estaba en aquella postura,
no hemos dudado del amor de Jesús. El nos ha besado con los besos de su boca y
con su fuerte abrazo mató nuestras dudas. Su amor ha sido a nuestras almas más
dulce que el vino.
CHARLES
SPURGEON - (Dev. “LECTURAS MATUTINAS”)