“… los oídos de
todo el pueblo estaban atentos al libro de la ley” Nehemías 8:3 (Leer: Nehemías 8:2-6; Hechos 8:4-8)
Sentado en el auditorio, miraba fijamente al pastor. Mi
postura sugería que estaba absorbiendo todo lo que decía. De pronto, escuché
que todos se reían y aplaudían, y quedé sorprendido. Aparentemente, el pastor
había dicho algo cómico, pero yo no tenía idea de qué era. Aunque parecía que
estaba escuchando atentamente, mi mente estaba en otra parte.
Es posible oír lo que se dice, pero sin escuchar, mirar
sin ver, estar presente aunque ausente. Así, podemos perdernos mensajes
destinados a nosotros.
Cuando Esdras leyó las instrucciones de Dios al pueblo de
Judá, «los oídos de todo el pueblo estaban atentos al libro de la ley»
(Nehemías 8:3). Esa atención hizo que
entendieran (v. 8), lo que los llevó al arrepentimiento y el avivamiento.
Siglos después, en Samaria, tras la persecución de los creyentes en Jerusalén
(Hechos 8:1), Felipe llegó a esa región, donde la gente no solo observó sus
milagros, sino que «escuchaba atentamente las cosas que decía» (v. 6), «así que
había gran gozo en aquella ciudad» (v. 8).
La mente puede divagar y perderse gran parte de la
emoción que la rodea. Nada merece más atención que aquello que nos ayuda a
descubrir el gozo y la maravilla de nuestro Padre celestial.
Señor, quiero prestar atención a todos lo que me
instruyen en tus caminos.
«Recibir la Palabra implica dos aspectos: atención de la
mente e intención de la voluntad». William Ames
(La Biblia en
un año: Hebreos 10:1-18)
LAWRENCE
DARMANI - (DEVOCIONAL
“NUESTRO PAN DIARIO")