“… Jesús les
habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo…”
Juan 8:12 (Leer: Juan 9:1-7)
A Albert Einstein lo recordamos por otras cosas aparte de
su cabello despeinado, sus ojos grandes y su agudo carisma. Lo conocemos como
el genio y físico que cambió nuestra cosmovisión. Su famosa fórmula, E=mc2,
revolucionó el pensamiento científico y nos introdujo en la era nuclear. Con su
«teoría de la relatividad», razonó que, dado que el universo completo está en
movimiento, todo conocimiento es una cuestión de perspectiva. Creía que la
velocidad de la luz es la única constante según la cual medir el espacio, el
tiempo y la masa.
Mucho antes que
Einstein, Jesús habló del papel de la luz para entender nuestro mundo, pero
desde una perspectiva diferente.
Para respaldar su afirmación de que Él es la luz del mundo (Juan 8:12), sanó a
un ciego de nacimiento (9:6). Cuando los fariseos lo acusaron de pecador, este
hombre agradecido dijo: «Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo
sido ciego, ahora veo» (v. 25).
Mientras que las ideas de Einstein han sido difíciles de
probar, la validez de las afirmaciones de Jesús pueden verificarse: podemos
pasar tiempo con Él en los Evangelios, invitarlo a participar de nuestra rutina
diaria y ver cómo transforma nuestra perspectiva de todas las cosas.
Señor Jesús, gracias por ser la Luz verdadera, a quien ninguna
oscuridad puede apagar.
Solo cuando andamos en la luz de Cristo podemos vivir en
su amor.
(La Biblia en
un año: Salmos 89-90 – Romanos 14)
MART DE HAAN - (Devocional “NUESTRO PAN DIARIO")


